Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 5 de septiembre de 2017

Las rocas y los gamusinos (gallegos)

Dicen que el Pindo es un antiguo volcán.

En junio, un día en Boca do Río, con sus enormes rocas desperdigadas y limadas por el viento y las mareas, mandamos a las niñas a buscar gamusinos. No, no tenemos vergüenza.

-Son unos animalitos peludos y pequeños, en Galicia hay unos pelirrojos muy bonitos, a ver si los encontráis...

-¿Muerden?...

-No, qué va, solo se esconden, nos tienen miedo.

Les llegué a enseñar en el móvil una "foto" de un gamusino. Google tiene cosas como éstas.

Y así estuvieron un par de días muy entretenidas. Se subían a una roca y se hacían señas la una a la otra, "Aquí no hay nada", "Aquí oigo algo...".


Luego se lo dijimos y no nos guardaron rencor, son muy buenas. Nos reímos los cuatro.

Quiero tranquilizar mi conciencia con la idea de que así las vacunamos frente al campamento.

Qué bonita es la inocencia.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Entre susto o muerte prefiero muerte

Esta mañana proponía Guadalupe de la Vallina en twitter una encuesta: si todas las opciones fueran posibles ¿qué preferirías?:
a) Muerte indolora antes de los 80
b) No morir
c) Rejuvenecer+eutanasia
d) Reencarnación.

Sin tener que pensarlo he contestado. Creo que morir sin dolor y no demasiado tarde es una bendición. También lo es vivir un poco más sin demasiados achaques, pero las opciones eran las que eran.

La muerte ya pasados los 70 (uf, qué poquito me queda)  no me parece para nada una mala opción teniendo en cuenta que soy creyente. Y que no es una opción, es lo que nos toca.

También es posible que influya que mi familia es de Valladolid y pensamos mucho en la muerte. Mi marido me lo dice continuamente. Él es de Bilbao y los de Bilbao debe de ser que piensan menos en la muerte. También puede ser que pasados los 50 te van faltando muchas personas a las que quieres y echas de menos o, quizás, que veo cosas cada vez más feas, o es posible que ahora me fije más en ellas. Digo feas en el sentido estético y ético, van unidos.

Así que me siento cada vez más "fuera". Y por eso la opción de muerte me parece preferible a la del susto (que son el resto, de mucho susto además).

He pasado de ser una optimista moderada -optimista consciente-  a ser una pesimista (también moderada) con esperanza. Creo que se puede ser pesimista a corto plazo o en lo terreno, pero tener esperanza en el sentido cristiano del término. Me gustaría ser además una pesimista alegre, no ser aguafiestas o cenizo. Menos mal que tengo a mi marido cerca. Él dice que me falta sentido del humor y tiene razón. El sentido del humor tiene que ver con esto.

"El mundo te expulsa", decía una tía mía. Y es verdad que lo hace. Empiezas a creer menos en cosas que creías antes y a entender todavía menos, o mejor dicho, a darte cuenta que nunca has entendido casi nada. Laboralmente es un puñetero desastre: es complicado trabajar desde el descreimiento y el escepticismo creciente (que no el cinismo). Una entrevista de trabajo desde "el no me lo creo" (para empezar a una misma)  no se puede hacer, ni siquiera enviar un curriculo.

Te parecen una inmensa chorrada las tendencias o modas empresariales -o lo que sean- con nombres ingleses. Te sientes fuera y, lo que es peor, no te apetece siquiera estar dentro (in). Miras cada vez más desde la barrera con algo que se parece a la pereza. Porque te quedan los años y las fuerzas que te quedan y sabes que hay que elegir a qué dedicar los 20, 15 o quizás muchos menos años que tienes. Si hay que ir se va, pero ir para nada es tontería. Pues eso.

Eso sí, lo que te gusta, te gusta más: cocinar, por ejemplo (y comer, ay, y beber, uf), tus amigos, tu familia, que venga gente a casa, sacar adelante cosas concretas (que una niña sepa multiplicar, que una persona tenga su casa pagada este mes, que el cuadro quede colgado bien, etc.), los pájaros, la naturaleza, leer a gente que te interesa, aprender a dibujar, la fotografía... Últimamente me interesan hasta las abejas.

Sí, no son pocas cosas, pero no es ya "el mundo", es "tu mundo" para lo bueno y lo malo, más interior y menos externo pero, quizás, inevitablemente más pequeño. Puede ser que esto sea envejecer. O peor, envejecer malamente.

La idea de vivir eternamente me espanta, lo digo con franqueza. Y de hecho, lo del botox y estirarse  me recuerda a las vampiras. Tener 70 y parecer 40, uf, qué miedo. Y sobre todo: me parece durísimo ir viendo cómo tus amigos y familiares mueren, entender cada vez menos del mundo y, además, que te interese todavía menos.

Quita, quita, que diría mi amigo Carlos, donde esté una buena muerte en todos los sentidos que se quiten el resto de las opciones que son, de verdad, para dar mucho más miedo.

miércoles, 30 de agosto de 2017

San Hoy


Se fue Marina hoy a Londres y hace menos de una semana nuestras nietas ucranianas.

Volvemos a la rutina del curso con cierta incertidumbre. Ha sido un verano intenso. Me quedé sin trabajo en julio. Lo bueno de tener cosas que hacer es que aparqué la preocupación y me centré en lo que tenía delante.

San Hoy, decía mi madre. San Hoy, intento repetir cada mañana.


Las niñas con Anita en la playa de Carnota en junio
Balance veraniego: Zoryana engordó 2 kilos y creció 2 centímetros, casi 3. Vika creció 3 centímetros y algo y engordó 3 kilos. Gonzalo y yo no crecimos pero, a ojo, creo que hemos engordado 5 kilos cada uno. Es complicado que las niñas engorden y crezcan y nosotros adelgacemos mientras tanto.

-Cuando las niñas se vayan, nosotros a ensaladita, ¿eh?
-Sí, claro.

Pero lo hemos pospuesto, ay. Venimos de pasar 3 días con nuestros hijos en Asturias y no era plan de ponerse a plan, valga la redundancia.

Carneros echando la siesta (del carnero) en el Valle Oscuru
Hemos estado en el Valle Oscuru, nos ha encantado, y en una playa donde la gente es educada: ni radio, ni gritos, muchos niños jugando sin dar la tabarra, familias enteras con abuelas muy elegantes. Y para comer en el chiringuito la gente se ponía algo encima. He vuelto reconciliada con la playa en verano.

Zoryana aprendió a multiplicar, pudo con todas las tablas. Ya multiplica por dos cifras y divide por una, eso sí, sin decimales todavía. Vika aprendió la tabla hasta el 6, le faltan la del 7, 8 y 9, y consolidó algunas restas que le costaban.

Les leí en voz alta como me dijo que era bueno Miss McHaggis. Era lo que más les gustaba y como más han aprendido. Parábamos para palabras que no entendían, me preguntaban cosas y yo les preguntaba también.  Me da tranquilidad ver que a Zoryana le gusta leer, lo hace ya en español bastante bien.

La educación es lo que nunca les podrá quitar nadie. Ya les hemos dicho que, si quieren volver -siempre que su madre acceda-, tienen que sacar buenas notas. Se han quedado con la copla.

San Hoy. Fin de agosto, se me ha pasado volando. Mañana otro San Hoy para seguir bregando.




martes, 6 de junio de 2017

Pájaros en el tejado

Cada mañana y cada tarde me doy una vuelta por esa medio dehesa y medio descampado -tiene de ambas cosas- que rodea a la urbanización.

Voy con la cámara habitualmente, por eso de los pájaros, aunque últimamente las mariposas, las lagartijas y los conejos me interesan bastante.

El día que me olvido de la cámara es el día que veo algo especialmente bonito e interesante. Y está bien que sea así, que solo la memoria pueda recordarme lo que vi. E incluso que llegue a olvidarlo, me olvido de todo, los pájaros no iban a ser menos.

Al principio pensé que solo los gorriones -que no desprecio para nada- eran los habituales de los tejados con alguna urraca chillona y los mirlos de marzo. Ahora ya veo pájaros diferentes en los tejados.

Empecé con los colirrojos, seguí con los verdecillos -muy fáciles de descubrir porque cantan todo el rato-  y ya veo hasta alguna que otra collalba e incluso pardillos. El otro día un herrerillo llegó a echar a una urraca de una antena, me quedé impresionada de su valor e insistencia. No cejó hasta que se fue a un árbol cercano donde se posó, pero él la persiguió muy enfadado.

Digo que no desprecio a los gorriones porque supuestamente al haber tantos no parecen ser pájaros interesantes. Pero a mí me encantan. No porque haya muchos hay que despreciarlos. Y aunque sé que es una bobada es como si sintiera que si no los fotografío les hago de menos frente al interés que puedo poner en fotografiar a otros pájaros.

Estoy mal de la cabeza. Pienso que los pájaros saben que les fotografío y no quiero menospreciarlos.


miércoles, 29 de marzo de 2017

Los huesos húmedos

Patagonia mirando por la ventana 
Desde hace unos tres años alquilamos una casa en Carnota de septiembre a junio. Soy una enamorada del lugar y, nada más casarnos, vine con Gonzalo para que lo conociera. Ese mismo verano volvimos con los chicos, a ver qué les parecía, y a ellos también les gustó, afortunadamente.

Como Gonzalo y yo trabajamos por nuestra cuenta, empezamos a barajar cómo podríamos hacer para disfrutar de alguna manera de Carnota más allá de esas visitas cortas. Trabajar desde casa tiene algunas ventajas.

Lo de comprar no nos parecía sensato por diversas razones. Para empezar, no sabíamos cómo se estaba aquí en unos meses donde puede hacer un tiempo de perros. Así que decidimos probar alquilando. Buscamos sin éxito unos meses, porque aquí la mayoría de las casas no están preparadas para alquilar el invierno. Cuando ya íbamos a darnos por vencidos, gracias a una amiga, llamamos a una "Casa da Pedra" que se había anunciado en alguna parte. Fuimos a verla y llegamos a un acuerdo.

Alquilamos la casa a un precio razonable en la temporada en la que nadie la quiere, así el propietario la tiene para rentabilizarla durante los meses de demanda en los que, por otro lado -si soy sincera- en Carnota hay demasiada gente para lo que a mi me gusta, que es de poca a muy poca. Y eso que la playa tiene 6 kilómetros, pero da igual, hay un trasiego que me supera.

El dueño sabe que tener la casa habitada es un modo de mantenerla, y no solo por el dinero, y nos guarda nuestras cosas los veranos hasta que volvemos en septiembre. Nosotros la aireamos cuando venimos, la calentamos (es un decir), hemos instalado teléfono y wifi (tuvieron que poner un poste y todo cruzando la carretera) y hasta hemos comprado un sofa-cama para que esté más cómodo mi cuarto de trabajo. Pablo, el dueño, nos deduce del alquiler esas mejoras, nosotros le pedimos algún favorcito que otro. En resumen: nosotros estamos contentos y creo que él  que muy contento.


La playa de Carnota
La realidad es que la casa no tiene lo que en el siglo XXI (y finales del XX) en España se entiende por calefacción. Hay una estufa de hierro, que es uno de los grandes inventos del hombre, y que tira estupendamente, y unos pequeños radiadores eléctricos en algunas habitaciones, a todas luces insuficientes para sus dimensiones. El deshumidificador, elemento básico en una casa gallega, hace lo que puede.

Calentar la casa nos suele costar un día entero, 24 horas justas desde que llegamos, cuando hay unos 14 o 12 grados dentro, habitualmente la misma temperatura que fuera en invierno, hasta que la ponemos a 20. Es el sistema "más madera, es el la guerra". Es decir, a base de estufa de hierro y venga a poner leña, desde que te levantas hasta que te acuestas. Sin parar, todo el día la chimenea consumiendo. Los radiadores los encendemos, pero hacen muy poco, salvo en mi despacho, una suerte, que por las dimensiones sí se calienta.

En todo caso, esto me ha hecho pensar en la sostenibilidad de los sistemas de combustión de leña y agradecer a quien inventó la calefacción central por otros métodos que no sea la leña, un gran beneficio para los huesos de la humanidad y para los bosques. Poético, romántico, lo que quieras, pero ni práctico ni sostenible es lo de la leña.

La última vez que fuimos, después de varias semanas, una ausencia demasiado larga, la humedad era tal que pensé que nos volvíamos al día siguiente. Pasé la primera noche toledana, con la sensación de huesos húmedos y pidiendo a Gonzalo, que es un sistema de calefacción alternativo y natural, aunque también hay que alimentarle con cierta frecuencia, que me abrazara porque me iba a morir esa misma noche.

Boca do Río
Nos gusta Carnota. Nos encanta Carnota. No hay como un día de sol en Carnota o un día que, simplemente, no haga  demasiado viento (el Nordés) o no llueva tampoco demasiado. Con que no sople el viento más de tres días seguidos y no llueva de lado, Carnota es un paraíso.

Somos como dos scouts haciendo supervivencia. Y con perra y dos gatas que viajan con nosotros. Anita es inasequible al desaliento,  le da igual la humedad si está con su dueña. Aria se pasa todo el día dentro de nuestra cama, no la vemos. Y Patagonia, que nos encontramos precisamente en el bar Patagonia de San Mamede,  o sea, que es una gata gallega, se encuentra en su salsa. Le da por no parar quieta. Bueno, claro, es el modo de sobrevivir que tiene la pobre.

lunes, 27 de marzo de 2017

Zarrias

Mi abuela Aurora no tuvo estudios casi. Fue algunos años al colegio y poco más. Pero recuerdo que hablaba muy bien. De vez en cuando soltaba palabras que yo no conocía y me gustaban.

Me sigue pasando ahora con algunas personas mayores, de pueblo -con el pastor de Boecillo, Carlos- y con amigos y familiares que habitualmente están en enseñanza.

Creo que, en general, hablan mejor los que no ven nunca televisión o la ven poco, los que están poco expuestos a la cháchara del vocabulario generalmente limitado de los medios de comunicación.

El otro día, en la reunión previa al viaje a Ucrania, Isabel soltó la palabra "zarrias". No la conocía y nos la explicó. Poco delicada de mí, le dije que algunas personas de pueblo hablan mejor que las de ciudades, y ella dijo que de pueblo nada, que aunque viva en Cigales es de Valladolid capital. Bueno. Peor hubiera sido si le digo que algunas personas mayores hablan mejor que los jóvenes. A veces estoy mejor callada.

He abierto un cuaderno donde voy apuntando palabras. Algunos naturalistas son también otra mina. Observar el campo te hace caer en la cuenta de que no sabes cómo se llama casi nada, no sólo que ignoras nombres de plantas, árboles o pájaros.

Por la radio escucho a Jorge Urdiales.

Del Diccionario de la Real Academia (Isabel la utilizó en su tercera acepción)

zarrio, rria
Del vasco txar 'defectuoso, débil'.
1. adj. And. Bastoordinario.
2. f. Barro o lodo pegado en la parte inferior de la ropa.
3. f. Pingajoharapo.

4. f. Tira de cuero que se mete entre los ojales de la abarcapara asegurarla bien con la calzadera.

sábado, 25 de marzo de 2017

Bach y ronquidos

He cambiado mis hábitos mañaneros sustituyendo informativos o tertulias al levantarme por Radio Clásica. La dieta informativa funciona, realmente no me hace falta escuchar lo mismo día tras día. Porque la sensación era esa, una repetición casi exacta, un vuelve la burra al trigo para no contar nada nuevo.

Tenía la sensación de escuchar siempre lo mismo por unos o por otros, las "noticias" habían perdido su significado. Y lo que era más importante: llegué a sentir una creciente antipatía hacia el tertuliano, el locutor, la cadena de radio, donde no se salvaba nadie.

Me vi como mi padre, que encendía la televisión y decía en cuanto aparecía alguien hablando "Y ese imbécil ¿quién es?". Y eso que mi padre era un hombre afable y simpático. Así que para no acabar odiando, que es poco cristiano, decidí limitar mi exposición diaria a la información radiada, especialmente por la mañana.

Aniversario de Bach, bien, venga, vamos. Pero hablan. De nuevo hablan. Está bien, es necesario hablar, pero... ¿tanto? Yo quiero escuchar un concierto, una cantata, sin interrupciones. Es verdad que hay gente que sabe muchísimo y da gusto escucharles. Soy fan de algunos como Matesanz, pero en estos momentos necesito sólo música. Doy con Radio Bach en la que no hablan, una maravilla, Bach las 24 horas, sin anuncios, sin locutores, solo Bach como una dieta desintoxicante.

Pero de fondo, mientras trabajo y aprovecho las horas en las que mejor me concentro, de 6 a 9 de la mañana, oigo roncar a Gonzalo de fondo y también a su radio. Es una combinación extraña, al principio chocante. Bach tan delicado, solemne, profundo, tan perfecto... y mi marido con ese ruido verdaderamente inhumano, o tan humano, que produce y que se oye desde cualquier punto de la casa salvo que te pongas los cascos.

El caso es que no me molesta. Y parecen acompasarse. Me quedo mirando a los gorriones de la casa de al lado dando sus saltitos en el tejado. Si solo tuviese a Bach o solo tuviese a Gonzalo mi vida sería peor, pero tengo a ambos. Es para dar muchas gracias.


jueves, 23 de marzo de 2017

Lectura furtiva de Katherine Mansfield

Por espacio y por dinero -no tengo estantes suficientes ni tampoco puedo gastar demasiado- utilizo mucho los servicios de la biblioteca pública de Ávila, la del Epíscopo. Es una buena biblioteca atendida por bibliotecarias sonrientes y amables, diría que algo excepcionales, y no por el trabajo que hacen (rara vez me he encontrado con una bibliotecaria que no fuera simpática), sino por la ciudad donde se encuentran.

La muralla dice de Ávila para lo bueno y para lo malo. Toda mi vida pensando lo antipáticos que éramos en Valladolid, lo secos, para darme de bruces con el carácter abulense. Dices buenos días y no te contestan, sonríes y no te devuelven la sonrisa, en el comercio parece que molestas, te ignoran sistemáticamente. Quizás puede ser algo de timidez encubierta, un modo de respeto o de estar a lo suyo, una forma de defensa. Aquí es difícil pegar la hebra o sentirte parte de la vida de la ciudad si eres, como ellos dicen, de fuera. Hay sus excepciones, claro, pero en líneas generales mi experiencia es esta.

Además de sacar libros en la biblioteca observo y leo. Se está estupendamente, hace calorcito en invierno y fresco en verano, y un trasiego tranquilo de gente que va y viene, pero sobre todo de gente que se queda.

A mí me gusta leer en la biblioteca y dejar luego el libro para ver si cuando vuelvo nadie lo ha cogido y puedo seguir leyéndolo. Lo llamo lecturas furtivas, son de una hora o menos, y tienen algo de aprovechar el tiempo y el riesgo de no poder seguir leyendo otro día porque el libro desapareció por un préstamo.

No sé por qué lo hago, realmente sería más cómodo sacar el libro, pero he comprobado que esas lecturas suelen ser más constantes y fieles que el libro que saco y dejo en la mesilla durante días sin leerlo.

Ver un libro en casa, aunque sea prestado, me da la falsa seguridad de que podré leerlo. Pero ahí se queda el pobre a veces tiritando sin que pueda abrirlo o acabarlo, abandonado en una pila que no hace sino aumentar con otros libros que no leo. Cuando quiero darme cuenta se me ha pasado el plazo para devolverlo.

Leer además en nuestra casa resulta difícil a veces, siempre creo que tengo algo hacer que parece más importante o urgente, hay ruido, interrupciones, la perra, las gatas, Gonzalo, el trabajo, la cocina, etc.  (no en este orden, por supuesto).

Así que ya sé que si quiero leer algo realmente son esas lecturas furtivas mías en la biblioteca el modo más seguro de hacerlo. Así he leído varios de Jiménez Lozano y he conocido a Katherine Mansfield, a base de visitas a la biblioteca. No pueden ser muy largos los libros ni tampoco ser una novedad, aumentaría el riesgo de no tenerlos cuando vuelva, así que escojo cuidadosamente y, hasta el momento, he podido acabar siempre mi lectura furtiva del mes.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Tantos días de sol

Esta es una ciudad fría que te sorprende incluso en mitad de agosto con unos días heladores, impropios del verano. Pero también es una ciudad con muchos días de sol. No soporto el calor, pero cada vez necesito más la luz, por eso me gusta tanto Ávila.

Tras más de dos años con la cámara que me regaló Gonzalo -cuyo manual de instrucciones sigo sin leer- me he puesto a ordenar las fotos de pájaros en el ordenador.

Clasifico por especies conocidas, las más habituales que veo, las que tengo claras y he fotografiado mucho en Ávila o Carnota: tarabillas, colirrojos, herrerillos, carboneros, garzas, grullas, jilgueros, gorriones (sí, ahí todos juntos: comunes, morunos, molineros), pinzones, cigüeñas, cormoranes...

Hay luego otras carpetas con camachuelos o alcaudones donde solo tengo un par de fotos. Fue fácil reconocerlas aunque solo las haya visto una vez.

Pero los archivos más abundantes son batiburrillos desordenados que titulo "escribanos y otros", "aves del mar y otros". Así tengo varios.

En esos cajones de sastre descubro nuevos pájaros. Una collalba, por ejemplo, que me había pasado desapercibida en Carnota. Unos que creo una pareja de pardillos en Ávila, él ya con esa mancha roja que le sale en el pecho a los machos en primavera.

A mí antes la primavera no me gustaba tanto. Prefería el otoño. Pero ahora disfruto más de los pocos días de primavera que tenemos en Ávila antes de los rigores del verano. Son de quince a veinte días de verde intenso en el campo, con cierto atraso respecto a Madrid o El Escorial, para pasar luego al amarillo, los pardos y ocres y el verde encina tan elegante.

Hago cuentas y caigo en que, en cualquier estación del año, los días de sol aquí son más que los nublados.