Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

"Y ENTONCES ME DIO POR ASESINAR". CUENTO DE NAVIDAD. Capítulo 2: Noche de paz o "pobre papá" (24 de diciembre de 2012)

“Todo empezó la noche del 24 de diciembre de 2011, noche de paz, que dicen…Ya, ya, noche de paz… Lo cierto es que entonces fue cuando me dio por asesinar.

Hay que ver cómo corre el tiempo y cómo se puede aprovechar. No hay como organizarse bien y tener un propósito, una misión, una idea clara de lo que quieres hacer. Bueno, que me voy por las ramas, perdóname...

Tenía la mesa puesta ya, íbamos a ser mis tres hijos y yo, nadie más. El año pasado yo tenía un especial interés en que viniesen, en estar los cuatro juntos. Quería contarles algo entre brindis y brindis”.


Me quedo pensando un rato. La chica sigue aplicada con el bloc. Luego levanta la mirada al terminar y yo vuelvo a hablar.

“Era lo mejor, ¿sabes?... No darle importancia alguna, dejarlo caer como si nada para no preocuparles aún más. 

Había decorado la casa preciosa con flores blancas y hojas de hiedra. Puse el mejor mantel y el belén, como siempre, en la chimenea, muchas velas, el abeto con sus estrellas y luces. Compré hasta champán francés para Pablo, que es un sibarita, jamón ibérico del mejor, del que le gusta tanto a Santiago, y langostinos de Huelva para Juan. En fin, el caprichín para cada uno. Y me puse a esperar.

Dieron las 8, las 8.30, el mensaje de Su Majestad, que fue un rollo, como siempre, no le puedo aguantar. Y ellos sin llegar. “Qué raro” pensé. Les llamé ya preocupada al móvil. “Estamos con papá…” me dijo Pablo.  Me puse en lo peor. “¿Le ha pasado algo a tu padre?, por Dios, pásamelo…” “Gina se ha ido ayer de casa y se ha llevado a la niña con ella.” Era Mauro. Ni se le oía casi, con un hilillo de voz me lo dijo él mismo al teléfono.


Gina es la mujer de mi ex, una chica estupenda. Una vez superada la historia del divorcio, ella ya no me parecía ni mal. Incluso me caía francamente bien. Hasta me recordaba cómo era de joven yo. Me quedé un momento en silencio y no pude menos que decir “Venga, venid todos y cenamos aquí. Por favor, Mauro, vente a cenar aquí tú también. No debes estar solo un día como hoy y con lo que te acaba de pasar...”.

“Mi madre está aquí…”, me dejó caer. Con eso no contaba, pero me lancé en plancha y  con decisión, y temerariamente, como luego verás, le contesté “Nada, tenemos de sobra, y me encantará verla…”. Olé las mujeres valientes e imprudentes a la vez, con lo guapa que estoy callada, gano mucho más. Y es que la abuela en cuestión es octogenaria y, cosa rara, estaba en casa de mi marido, y no, como es lo habitual, con su hija, que es quien la lleva,  la trae y le hace más caso. Aunque ella nunca lo reconozca y sólo tenga ojos para su niño. Así podemos ser algunas madres también, solo vemos a quienes menos están. Sin comentarios: allí estaba una señora casi nonagenaria, mamá, consolando en la Nochebuena a todo un hombre de cincuenta y muchos. Así que vinieron los cinco: mi ex, como alma en pena, lo natural, y nuestros tres hijos y su madre siguiéndole en procesión.

Eran ya ocho años que Mauro llevaba con Gina. Ella tenía treinta cuando se fueron juntos, una buena chica, insisto, la verdad siempre por delante. Se enamoraron y la vida es como es. Pero allí estaba mi ex, en mi casa, de pronto envejecido, triste, hecho polvo.

Me daba mucha pena, porque era Gina y era también la niña, Mina, su única hija, la de los dos, una ricura de seis años que nos tenía a todos locos, incluida yo, para qué voy a decir lo contrario.

“Pobre papá” fue el tema de la velada, un lamento al que sus hijos se unieron y al que mi ex suegra también contribuyó con su inestimable aportación. Hay pobres por afición que se solidarizan de modo selectivo con algunos de los pobres sobrevenidos, sólo con algunos, y no digo más.


“Pobre papá”, y allí no se movía ni San Pedro a quitar o a poner platos, a servir bebidas, a cortar la pularda, a ayudarme a colar el caldo de marisco, nada. El hit parade o leit motiv de la noche fue “pobre papá”.

Yo estaba encantada de que estuvieran todos allí, eso es verdad. Me chiflan las Navidades, cocinar para mis hijos, que vengan a casa, que lo pasen bien, verles y saber de ellos. Pero la noche avanzaba y allí seguían todos como de funeral, abatidos, sin probar bocado, y sin hablar, salvo para musitar como un coro de tragedia griega, todos a una, “pobre papá”, “pobre papá”, “pobre papá”.

Entonces, con la mejor de las intenciones, pongo a Dios por testigo, se me ocurrió decir algo así para animar “Oye, venga, comed algo. Anda, come algo, Mauro… Ya se pasará o se arreglará, ten confianza…”

Mauro entonces fijó la mirada en mí de repente, como si hubiese acabado de decir algo terrible. Y no se le ocurrió otra cosa que soltarme con un cuajo de impresión, lentamente, cuando todos los presentes lo podían oír bien:

“Tú, Nuria, no lo entiendes. Tú esto no lo puedes entender…”.

No quiero decir la que se organizó porque no está escrito.


Le contesté con un corte de mangas de esos verbales, rápidos y letales, que me salen a la perfección. No hay nada como dedicarse a la comunicación y haber trabajado en televisión, tengo mucho entrenamiento ya. Él, dolido, saltó también. Y empezamos a subir el tono de voz, especialmente yo.

Nuestros hijos quisieron intervenir. Su madre aportar, cómo no, su valioso granito de arena a la discusión familiar. En fin, aquello acabó como el rosario de la aurora, todos gritando, yo, además, llorando, queriendo matar a mi ex, a mis hijos también, que no estaban de mi parte, sino de la de su padre, faltaría más.

A mi suegra es a la única a la que yo no quería mata al final. Lleva casi desde que la conozco, más de tres décadas, quejándose de todo, y siempre: que no le gusta ni su vida ni vivir y repitiendo que quiere morirse cada dos por tres. Y eso que vive y ha vivido siempre como una marquesa. Así que matarla ni en broma. Se le acabaría esa diversión tan buena que tiene de quejarse y considerarse pobre siempre, que es lo que más le entretiene al final, como a muchos: considerarse una víctima en particular o en general.

Pobre yo, pobre yo, pobre yo”… Voy a hacer un título nobiliario que sea “Pobre de España” y lo voy a distribuir a discreción entre quienes yo me sé, va a haber tortas por la distinción, lo sé”.

Al contarle todo esto de sopetón, sin parar, he debido de dejar desconcertada a la chica que toma notas, paralizada está.


Pensará que este caso es muy extraño y que qué tendrá que ver todo esto de la discusión familiar en la Nochebuena de 2011 en lo de mi  asesinar… Porque para eso ha venido, ¿no?, para que le cuente cómo fue…Pues páginas le van a faltar a ese cuadernito suyo para escribir todo lo que le tengo que confesar. Esto no ha hecho más que empezar, ay. 

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Cuento de Navidad por entregas en este blog, cada día (salvo uno) un capítulo, hasta el 6 de enero. 
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