Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

"Y ENTONCES ME DIO POR ASESINAR"-CUENTO DE NAVIDAD. Capítulo 8. La montaña, de momento, no. El corazón en todo lo del asesinar (31 de diciembre de 2012)

Algo un poco raro, más de lo que ha pasado,  me ocurre en mitad de la oscuridad y de la montaña que se cierne sobre mí, hoy, último día del año 2012, en esta escena final donde soy pequeña y nada ante las dimensiones que parece tomar lo demás. Y donde, qué raro en mí, no siento prisa ni agobio, sólo serenidad, en este limbo final, la montaña cada vez más grande, más oscura, y yo cada vez más cubierta por su sombra azul.
En esta tierra de nadie en la que me encuentro hace tiempo tengo una sensación nimia y me temo que nada trascendental frente al resto.
Es muy insistente: algo se me está olvidando y no sé qué es. ¿Qué será? Estoy paralizada intentando recordar algo seguramente estúpido o de logística.
¡Por Dios!... Debo de estar en un momento seguramente importante de mi vida, vital, y tengo la misma impresión tonta de al salir de casa: ¿luces apagadas y todo en orden detrás?, ¿llevo el móvil?, ¿el cargador?, ¿las barritas de Biomanan?
Pero ahora no tengo bolso, no puedo mirar en él. Ni siquiera creo que tengo cuerpo ya o que lo pueda ver, en fin. ¿Qué será lo que olvido, Dios mío, qué será…?
“Venga, a por ella, que se nos va.”

Y en este momento, hoy, 31 de diciembre de 2012, siento una fuerte descarga en el pecho, en mitad de la penumbra y en la indecisión donde me encuentro, donde estoy.

Es bestial esto, como en el Parque de Atracciones, subida de golpe y vuelta a bajar. Me da un vuelco el corazón en sentido literal. Quizá tenga que volver hacia atrás. ¿Será eso?... Podría ser.

Siento otra descarga más y caigo en la cuenta de eso que se me olvidaba y me estaba rondando en este momento de oscuridad, montaña y paz. Ya sabía yo que algo no encajaba bien en todo esto, algo quedaba fuera de lugar.

Es eso que llevo dentro en el corazón, en el pecho, precisamente ahí donde siento con fuerza una descarga: todo lo relativo al amor, que en esto del asesinar algo habrá tenido que ver, digo yo.

Un año entero, 2012, ¿y el amor, la amistad, el cariño estuvieron totalmente al margen  de mis asesinatos? Imposible que así fuera.

Soy una mujer a la que quieren y han querido mucho. Tengo hijos y amigos, familia, sola nunca he estado. Y yo he querido como he sabido hacerlo, como he podido, la verdad, muchas veces mal.

Algo les tuve que contar, quizá tuve cómplices al final en lo de asesinar, seguro que sí.

Y en mitad de la sombra donde me encuentro tan a gusto, y donde lo que me nace de dentro en todo caso es dar un paso siempre al frente, por costumbre, yo para atrás ni para tomar impulso, me digo que el paso ese hacia delante de momento no lo voy a dar.

La montaña me parece bien, pero esperará aquí un rato. Que yo sepa, la Maliciosa no se ha movido nunca de dónde está, y mira que lleva años.

“Otra vez, vamos allá, casi está, la tenemos casi…”

Con esta descarga última en el pecho todo lo que hay en mi corazón se hace presente, mis hijos, mis amigas, hasta mi ex. Necesito recordar.

Lo siento mucho, montaña. El paso en la oscuridad iba a ser hacia ti, para tu abrazo. Quiero tu calor y el valle de luz que cobijas detrás. Pero ahora me voy a dejar llevar por esta fuerza física que me vuelve a arrastrar, por la electricidad, por lo que llevo dentro, en el corazón, que casi también se puede tocar, de tan real como es.  

Quieta, parada y fluyendo de nuevo pero esta vez hacia atrás, como la marea, de pleamar a bajamar, tirando hacia atrás.

La oscuridad se desvanece, la montaña deja de imponerse, se va.


El polvo vuelve a reconstruir otro escenario, el de la sala donde me encontraba al principio, contándole todo a la chica esa joven, la de las notas y el cuadernito escocés, como la manta con la que cubrí a Marian.


Huy, qué divertido, vuelta a empezar. Me encanta volver a comenzar, pese a que el Jaguar era estupendo y lo del desvanecimiento final todavía más. Miedo, lo que se dice miedo, en mi estado no he pasado.  


“Parece que la tenemos ya, está estabilizada… “


Mis hijos, mis amigas, mi ex. ¿Qué les conté y qué no de todo mi proyecto criminal, de lo de mi asesinar? ¿Qué papel jugaron al final cada uno en este año 2012 que acaba, en todo esto?

La chica se ha vuelto a sentar a mi lado y a tomar notas, está de nuevo en la habitación.

"A ver, hija, escribe, que de algo sirva..." le digo.

Sigo sin caer quién es y para qué está. Más allá de ese abrazo que me dio, es su olor el que me resulta familiar, tan familiar... 

¿Usará el perfume de mi madre, de mi abuela...? Se lo tengo que preguntar, es un olor muy peculiar.


Cuento de Navidad por entregas en este blog, cada día (salvo uno) un capítulo, hasta el 6 de enero. 
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martes, 30 de diciembre de 2014

"Y ENTONCES ME DIO POR ASESINAR" -CUENTO DE NAVIDAD. Capítulo 7: Y que no haya manera de conducir un Jaguar con un cadáver detrás y que ni así te dejen en paz (29 y 30 de diciembre de 2012)

Pero no todo es felicidad en este viaje en el Jaguar. Aunque no debiera decir “viaje”, porque realmente no viajo en el Jaguar, él y yo estamos unidos, somos uno de una manera que no se puede explicar. 

Y es que, de repente, por el retrovisor, he visto que una mano de la Zapico asoma ligeramente tras la manta. Tiene una pulserita con uno de esos colgantes de Tous, un osito de plata, ese muy pequeñito que llevan algunas mujeres. Me está mirando, mudo como es, sin boca, dos ojos y dos orejas solo, no puede hablar. 

Sonrío con condescendencia. Le pega todo a Marian el osito de Tous, ese detallito de cursilería final. 

Tranquilidad: nadie desde fuera puede ver el interior del Jaguar por los cristales tintados, no hay cuidado. La Zapico está tras la manta, oculta hasta para mí, tan delgadita que ni se la nota. Sólo el osito de Tous sale por un pliegue del tejido de lana, colgado de la muñeca de Marian, estrecha como la de una niña. Pero únicamente lo puedo ver yo, menos mal. Sólo yo lo veo, está oculto para los demás. 

Nada, venga, yo a lo mío, al Jaguar. Que mire el osito todo lo que quiera desde el asiento de atrás.

Vuelvo a conducir a pleno pulmón, encantada de la vida, feliz, cogiendo una curva y luego otra, a toda velocidad. ¡Qué placer! 

Preciosas las encinas y los pinos más adelante,  el cielo y las nubes más allá amenazando nieve. La montaña de la Maliciosa al fondo, tan azul y misteriosa, acercándose ya, acercándome yo. La hierba, muy verde;  el ganado, suelto y comiendo;  y yo, subiendo hacia el puerto de Navacerrada, con la música a todo volumen, buen soul, blues y rock. Buena selección la de Marian, qué sorpresa, qué bien. Pensé que iba a tener a Celine Dion y al Divo, que era lo que le pegaba de verdad, pero afortunadamente no. 

Más velocidad, más; más comunión, más, entre el Jaguar y yo. Sin frenar ni acelerar, simple potencia en acción, directa y arriba, suavidad y facilidad en cada giro, en cada cambio de la carretera. 

Vaya, hombre. El osito de Tous sigue ahí, qué pesado. Los dos ojos fijos, sin cerrar, mirándome, es un tostón. 

Nada, que le den. 

Venga, otra vez, despego casi, no toco el suelo, huy, qué impresión. 

Pero no hay manera, no. Porque el Jaguar, todo equilibrio y perfección, no se mueve ni tiembla por dentro, permanece muy quieto en su interior pese a la velocidad. Así que el condenado osito desde atrás mantiene bien su mirada en mí, en el espejo del retrovisor, no la quita el muy…. 

Vamos, a lo que hay, la carretera, el Jaguar, yo. Yo. Yo. Yo. 

Definitivamente no hay nada que hacer. El oso continua ahí con sus ojitos de par en par, una pesadez… ¿por qué me mirará?

Mierda, mierda, mierda… 

La vida es complicada: no se puede disfrutar ni cuando estás conduciendo un pedazo de Jaguar verde con un cadáver  o una mujer medio muerta detrás. 

Ni aún así te pueden dejar en paz…

Todo porque a un puñetero osito de Tous le da por estar mirándome sin parar con sus dos ojitos que no cierra jamás, dos puntitos, sin pupilas siquiera, una bobada de osito además. Es una ingenua figura, una caricatura de oso, una representación infantil, una ficción; un oso en definitiva para niñas, no para mujeres adultas como yo, con todo un Jaguar entre las manos, osos a mí.

Y en este momento, ¡zas!, la molestia de la mirada osezna deja paso a algo peor: caigo en la cuenta de que me he cargado o casi a una estrella de la radio, una pelmaza, eso sí, que había llegado a comprar un osito de Tous, o se lo habían regalado, peor aún, toda una muestra palpable de su inocencia total. 

He matado a una inocente, una víctima más. Alguien que lleva colgado un osito de Tous tiene que ser como los santos inocentes, no cabe otra explicación. Y yo la tengo detrás, hecha un fiambre completo o a medio hacer por obra de mi propia mano y de la botella de la Veuve Clicquot que, a Dios gracias, quedó intacta, menos mal. 

Pero, ¡por Dios bendito!, soy un animal, bruta como un arado. ¿Qué he hecho y qué estoy diciendo, además, de la viuda y del champán, con un ser humano detrás medio muerto o cadáver ya? 

Necesito descargar mi conciencia de algún modo de la terrible sensación de haber arrasado con algo, alguien, que debía haber compadecido de corazón, mirado como lo que es: una inocente, una víctima más de su propia maldad o estupidez, de ambas a la vez quizás. 

Una inocencia de fondo total es la suya, la de Marian Zapico del Real. Ahí está el puñetero osito de Tous para demostrarlo, para demostrármelo. Sólo le falta hablar al pobre oso y decir "¿cómo están Vdes.?”, aquel saludo de los payasos de la tele. 

¿Cómo no pude ver yo esa inocencia de Marian tras su tonta maldad? ¿Cómo soy incapaz de darme cuenta, de no saber ver más allá? 

Entonces el Jaguar verde empieza a desvanecerse. 

Se deshace primero el volante entre mis manos, los asientos luego y la parte de atrás, incluyendo, afortunadamente, al osito de Tous, al que tengo una manía totalmente irracional. 

Todo fuera se esfuma también, carretera, vacas y hierba, encinas y pinos, la nieve al final, el cielo azul, se funden en polvo, se los va tragando poco a poco la oscuridad. 

Mientras, la montaña de la Maliciosa se crece ante mí, imponente en su sombra y me abraza con su cálida penumbra ya gris, negra al final. 

Me dejo acoger por sus tinieblas, no se está mal. 

Y aparece algo que no sé bien qué es, un vacío o sólo un hueco,  una fuerte presión en el pecho y una doble llamada de fondo, "ven" y "no te vayas", las dos a la vez y por igual. 

En esta oscuridad y este vacío que no me dan miedo creo que debería saltar.

Pero no sé bien hacia dónde. 

¿A qué llamada seguir? ¿A la de ven o a la de quédate? 

Y ya es rara en mí la indecisión. 

¿Y si mejor sigo donde estoy? 

Porque así, sin moverme, quieta, en la inacción y sin ver, siento una gran paz. 

Quizás me quede un tiempo así. 

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domingo, 28 de diciembre de 2014

"Y ENTONCES ME DIO POR ASESINAR" - CUENTO DE NAVIDAD. Capítulo 6: El diablo y el jaguar (28 de diciembre de 2012)

“Marian soltó un suave quejido y se derrumbó. Se quedo muy quieta después, ni sangre había. La miré rápido.  Ahí estaba en el suelo, mi primera víctima, ¿o solo se había desmayado por el golpe? No lo comprobé. La botella de champán, contundente como arma, había quedado intacta. Uf, menos mal. La quería para despedir el año 2011 y darle la bienvenida al 2012”.

La chica me está mirando como si no creyera nada de lo que le acabo de contar. Hay un silencio breve roto por dos preguntas que me hace.

­“Y entonces, ¿qué hiciste con ella?, ¿y cómo saliste de allí? Porque el cadáver nunca se encontró. Ni rastro hay de Marian hasta hoy… El cuerpo,  Nuria, el cuerpo, ¿dónde pusiste el cuerpo de Marian Zapico del Real?, su cuerpo... ¿dónde está?”.

“Soy una mujer digamos que fuerte a la que algunos diseñadores considerarían gorda. No mis amigas, por supuesto, que siempre me dicen lo mucho que he adelgazado, y ahora más. Marian, en cambio, era muy poca cosa, siempre a régimen permanente, aunque no estuviera ya en televisión. Por eso la pude meter en su propio coche en los asientos de atrás, no pesaba nada.

La tapé con una manta que llevaba en el maletero y me puse su gorro y sus gafas de sol. Salí conduciendo haciéndome pasar por ella. Los cristales oscuros del automóvil impedían que se viera bien el interior. Me abrieron así las puertas del garaje de la radio. Creyeron que yo era ella, que ella era yo.

Luego, una vez en la calle, tuve que pensar rápido,  scenario managment lo llamaría mi hijo Santiago, el que vive en Estados Unidos: Escenario 1,  Marian está realmente muerta: entonces ir a escenario 1.1.; Escenario 1.1, ¿Cómo me deshago del cadáver?, ¿y qué hago con el coche después?; Escenario 2,  Marian no está muerta: pasar a  escenario 2.1.; Escenario 2.1, rematarla sin falta y, tras resolver esto, pasar al 1.1.en directo.

Al final era verdad que iba a necesitar algo de método, porque en el mejor de los casos yo estaba en el escenario 1.1. y sin saber qué hacer con el cuerpo de Marian ni con su coche …“.

Noto a la chica incómoda, sin la concentración con la que hasta el momento escribía. Se revuelve en su asiento sin parar. Debe de ser que le estoy metiendo un rollo de impresión, que me pierdo en lo que le cuento… Y es verdad.

Tengo un poco de lío en la cabeza, confusión. No tengo nada claro qué pasó después, en la madrugada aquella del 28 de diciembre de 2011. Pero, además, en este momento, es como si volviera a revivir, como si fuera presente aquella huida fatal que estoy recordando… ¿o es presente quizá…?

¿Estaba hace un año o estoy ahora, 28 de diciembre de 2012, un año después?

¿Ocurrió o es ahora cuando tiene lugar esa huida singular?

Me noto a mi misma en el coche de Marian cuando se lo cuento a esta mujer en esta sala, que no sé bien ni dónde estoy.

La luz que tanto me molestaba me vuelve a cegar, siento sed, frío y calor. Y me parece que hay alguien más aquí, una presencia distinta a la de la chica que se empieza a desvanecer. Ni sé quién era ella ni sé quién más está aquí. Cierro los ojos, mejor así.

Veo entonces en el salpicadero del automóvil de Marian la señal de reserva de gasolina. Seguro que puedo tirar con la que hay. Estos coches buenos dan mucho de sí. Así que cojo la M30 al salir de la emisora y como una autómata conduzco sin rumbo fijo, sin pensar, horas, alrededor de Madrid, la M40, la M50, no sé cuántas, sin parar.

Está amaneciendo y acabo por entrar a la carretera de Colmenar Viejo, la 607, camino a Navacerrada voy en pleno invierno. ¡Como para tener que poner las cadenas de un coche que no es el mío y con un cadáver o una mujer medio muerta dentro! Afortunadamente no parece haber nieve en esta Navidad que tan suave está siendo en Madrid. Cayó una helada esta noche, eso sí.  

Comienzo a sentir una tranquilidad cada vez mayor, siempre me relajó conducir. Ni rastro de angustia o preocupación por lo que acaba de pasar. La sed que tenía, el frío y el calor se me van. Es como si entrara en otra dimensión.  

Ni siquiera me molesta el móvil de Marian que suena por algún lugar del coche. Porque el mío no es, desde luego que no. Es un tono nada habitual, un pitido insólito para un teléfono. ¿Es su móvil ese sonido constante, cada vez más largo? Bip-bip, bip-bip, bip-bip, biip, biip, biiiip, biiiip, biiiiiip

“Vamos a ver Nuria, lo del cuerpo ¿qué hiciste con él?, ¿dónde lo pusiste? ... El cuerpo, Nuria, el cuerpo, el cuerpo de Marian ¿dónde está?“.

La chica que toma notas a mi lado ha desaparecido, es como si me interrogase alguien más. Hay otro hombre en la habitación, tiene cara de inspector y de pocos amigos además. Me está agobiando tan cerca, qué pesado. Ahora tengo de nuevo frío y mucho calor, ya ni sé, y sigo sin soportar la luz esta cenital que hay. Además no llego a recordar lo del cuerpo en este momento, si está muerta Marian o la tuve que rematar luego… ¿Y qué hice al final con ella, con su cuerpo, qué hice yo…?

El coche, sólo el coche de Marian. Yo en el coche y la carretera, nada más. El coche y yo.

El teléfono comienza de nuevo a sonar con pitidos  más  largos y seguidos, más. Que suene, ni me molesta. Bip-bip, bip-bip, bip-bip, biip, biip, biiiip, biiiip, biiiiiip.

Y es que en este momento sólo tengo conciencia de la formidable sensación de conducir un Jaguar verde. Porque eso era, eso es, el coche de la Zapico: un auténtico Jaguar en un verde inglés exquisito, una auténtica preciosidad. Y con esta sensación el frío y el calor, la sed, quedan detrás.

No me había dado ni cuenta de lo que en el garaje por los nervios y las prisas al matar. Caigo más adelante, cuando llevo conduciendo toda la noche, con este sol ya espléndido de la mañana del 28 de diciembre, a la altura del Parque Natural de la Cuenca Alta del Manzanares.


"¡No me lo puedo creer!,  ¡tengo todo un Jaguar entre las manos!"


Un pedazo de Jaguar conmigo dentro se desliza por la carretera casi desierta, pasando él y yo de radares y controles de velocidad.

Sé que estoy hecha para la vida en general y la buena vida en particular. Veo la botella de la Veuve Clicquot en el asiento delantero del Jaguar como una evidencia palpable de que me gusta vivir bien. Y eso también es conducir este coche: una experiencia impresionante sin la cual no se debería ir nadie al otro barrio.

Las manos en el volante,  levantándolas cada vez más, dejándome llevar por el Jaguar que parece saber dónde vamos, confiada ya. No hay nada más que hacer a punto de acabar este año, en una dirección que yo no decido, ¿qué más da?, con el cuerpo de Marian Zapico del Real vivo o muerto detrás, y el pitido ese de fondo.

Anda que no hay diversión: el Jaguar y yo, yo y el Jaguar, fundidos, uno solo ya, velocidad y comunión perfecta, él parte de mí, una extensión natural de mis brazos y piernas avanzando hasta el final, yo también maquinaria y carrocería perfecta, elegancia, clase y estabilidad.

Han tenido que pasar cincuenta y pocos años para caer en ello: yo no me merezco nada menos que esto, y de ninguna manera voy a tener menos ya.

¿Cómo he podido conducir antes coches que no fueran este impecable Jaguar verde? Incomprensible: ahora sé lo que es conducir de verdad. Lo demás es otra cosa que se le puede parecer algo, pero que no llega a ser lo que con propiedad se llama conducir. Conducir es conducir siempre un Jaguar verde inglés y nada más. Ligera, ni mi peso noto, ni el roce de la carretera; rápida, a la DGT que le den, y al carnet por puntos también. En ese momento soy realmente mortal. Sé que lo soy en plena velocidad, hacia arriba y sin parar.

 “Nuria, venga, no te vayas por las ramas, no te vayas, no… ¿Qué hiciste con el cuerpo?... ¿Lo vas a contar o qué? “.

Una voz me insiste a lo lejos. El bip del móvil de Marian o quien sea al fondo, un pitido ya constante en mis oídos, nada molesto, simplemente está. Biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip

Sigo con el Jaguar. No me quiero bajar. Y voy hacia la montaña que se ve al final. No tengo miedo. Me gusta la velocidad y dejarme llevar.  


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sábado, 27 de diciembre de 2014

"Y ENTONCES ME DIO POR ASESINAR"-CUENTO DE NAVIDAD. Capítulo 5º: La suerte del principiante en lo de matar (27 de diciembre de 2012)

Prosigo ante la mirada de incredulidad de la que toma notas. Es curioso, cada vez dudo más de su edad. Me parece ahora menos joven, más madura. Y a ratos me recuerda a alguien... En fin, da igual, tengo que seguir explicándole cómo era Marian, mi primera víctima, y cómo la maté…Me vuelvo a encender por dentro recordando, hay algo que no puedo dominar.

"Marian Zapico tenía otro rasgo significativo a la hora de matarla: era rematadamente cursi, un dato para mí fundamental. Tras trabajar en televisión, se dedicó a la radio. Escribía, además,  en sus ratos libres unas novelas infumables a mitad de camino entre el aclamado género de autocomplacencia femenina y  lo pretendidamente histórico, con los oportunos toques de reivindicación política y social y un aderezo de pésimo erotismo, cómo no. O sea, un horror. Todo ello gozaba de cierto éxito popular. Ya se encargaba ella de que se hablara de sus libros en la radio y hasta en la televisión.  Pero lo realmente sorprendente con Marian, ¿sabes?, era la aceptación de algunos críticos y colegas escritores, por lo demás serios… ¿Les habría amenazado?, ¿la temían por su poder en los medios?, ¿les daba pena con su apariencia angelical?, ¿o era, simplemente, que la consideraban tan débil en su escritura, tan endeble como competidora, que por eso le prestaban atención? Increíble pero cierto: algunos críticos y compañeros la alababan en público sin asomo de sonrojo. Daba que pensar.

Otro dato que era vox populi: Marian ponía fotos de gatitos, perritos, hadas, mariposas, flores y angelitos por doquier, ¡una mujer hecha y derecha que había superado los 40 años! Y todo su equipo tenía que tragarse semejantes elementos decorativos en la redacción. Luego, además, mandaba por correo electrónico decenas de power points larguísimos y sentimentales con mensajes sobre lo mucho que las mujeres nos tenemos que querer y valorar, la eterna cantinela de “Y si somos las mejores, bueno ¿y qué?…”. Un rostro de cemento armado tenía, porque si rompías la cadena, y no se la mandabas a diez "mujeres de tu vida” o a doce "personas especiales”, te la cargabas.

Marian Zapico del Real había subido así a base de no tener peso propio, algo que parece ayudar un montón, y también, hay que reconocérselo, porque sabía halagar bien a quien había que adular. Algunos hombres con poder, incluso los más inteligentes, especialmente esos, tienen una vanidad totalmente elemental…“

Uf. Voy a callarme ya. Me he despachado bien. Y me he quedado muy  a gusto, la verdad. No podía soportar a Marian, todavía recordándola me pongo fatal, hice bien en matarla, hice fenomenal. Había que liquidarla ya.

Pero ahora hay un incómodo silencio, no sé que añadir más.  Y noto que hay demasiada luz en esta habitación. Y que me empieza a molestar. Es como si me metiera dentro de mí de tanta como hay. Qué calor. O frío. Ya ni sé qué siento ya.

Me quedo mirando a la chica que escribe sin parar. Cuando acaba esboza una sonrisita y me pregunta al final.

 “Esto… Nuria, a efectos del crimen es igual, pero… ¿tú crees que solo son los hombres los que tienen una vanidad elemental?”

Me parece que va con retintín. Así que me empieza a gustar más esta joven. A mí que me citen me va. Pero esta vez no voy a entrar como un miura, soy mayor que ella, y sé más del percal que hay.

“Pues claro, hija. Tú es que tienes poca experiencia todavía, acabas de empezar, pero muchos, si se les baila el agua, se les ríen las gracias, o se es complaciente,  aunque seas tonta de remate o mala a rabiar, literalmente se deshacen, no lo pueden soportar. Por eso Marian era una víctima que ni hecha a encargo para mí, que no puedo aguantar al tipo mosquita muerta, y, si es cursi, como suele pasar,  más…

Así que cuando me topé con ella a solas en el ascensor de la radio, tras visitar a una amiga la noche de 27 de diciembre, no pude menos… Dios me la estaba poniendo delante a los pocos días de decidir que mi primera víctima debía ser una mujer mala, tonta, total desconocida, y mosquita muerta además. Verde y con asas, parecía decirme la providencia…”.

“Hombre, Nuria, Dios, precisamente Dios, no sería….” La chica de las notas me interrumpe. Ahora tiene toda la razón y por eso no vamos a discutir, faltaría más.

“Vale, Dios no tendría nada que ver… Pero el caso es que ahí estábamos las dos, sin nadie más. No hubo premeditación. Yo no lo había preparado, era sólo la casualidad, el impulso y, a la vez, la extraña certeza de que todo encajaba y que tenía que ser…¡ya!  

¡Qué recuerdos de la primera vez que maté! Todo estreno en la vida tiene su encanto, ¿sabes? Vas a tientas, pero con muchas ganas. Y aunque a veces los resultados pueden no acompañar, el entusiasmo acaba supliendo. O la simple suerte del principiante, que también la hay hasta en asesinar… “

“Bueno, Nuria… Marian Zapico del Real desapareció a finales del pasado año, eso es verdad. Pero dicen que se fue con un cubano, un loco amor de madurez que se encontró. Al parecer, han montado un pequeño hotel en Costa Rica, lo contó la televisión y…“

De verdad, ¿qué puedo hacer yo con alguien que me va a defender y cuya fuente de información son los programas de corazón o las revistas? El guayabo cubano en cuestión debe de estar ya desparecido y con otra otoñal tostándose en alguna playa caribeña.  Marian está muerta desde hace un año, bien que lo sé yo. En fin, sigo explicándole.

“No voy a entrar a discutir aquí. Te digo lo que pasó aquella noche víspera de los Santos Inocentes del año pasado. Tú verás si te lo crees o no.

Marian me miró en el ascensor, donde nos encontramos por pura casualidad. Ella salía de la radio como salía yo.  Se quedó pensando un momento al entrar y luego se volvió y me dijo “Tu cara me suena, ¿sabes?”, quizá para romper ese incómodo silencio de cuando vas de un piso a otro, quizás porque se acordara de mí de cuando trabajé en la misma televisión que ella. Yo no quise ni mirarla. Si veo un atisbo de algo, la más mínima señal de humanidad en unos ojos, estoy perdida, me puedo encariñar. Y no, tenía que ser distante y fría para ser letal.

¿Cómo se puede asesinar a alguien sin haber planeado nada, así, de sopetón?, te preguntarás. Pues fue una cuestión de oportunidad, como otras veces en la vida que te ponen algo en bandeja.

En aquella ocasión, la oportunidad era no sólo encontrarme con ella, la víctima ideal, sino también el regalazo que me acababa de hacer mi amiga de la radio, que recibe siempre 200 cosas por Navidad, y sabía lo mucho que me gusta el champán de la Viuda, pero el de verdad… Digo la viuda francesa esa de la caja naranja, la Veuve Clicquot… Esta vez sin la caja, mejor, sólo la botella grandota, la Magnum, una auténtica premonición. Litro y medio de liquido mas el cristal, pesaba una barbaridad. Y ahí la llevaba yo…

“Pues Vd. a mí no, perdone…” le dije a Marian aposta ante su pregunta. Esto le iba a sentar como una patada, precisamente por ser famosa. La Zapico me miró como si fuera una selenita de la que no había que temer ni que le pidiese un autógrafo. Y salió con algo parecido al mosqueo del ascensor en la planta segunda del sótano, la del garaje. Yo detrás de ella, cargando con el botellón de champagne con su etiqueta naranja.

Ella se acercó a un pedazo de automóvil. Yo hice como si el mío fuera el que estaba al lado del suyo. Y cuando se dio la vuelta y se agachó algo para abrir la puerta de su coche, con la botella de uno de los mejores champanes que yo he probado jamás la golpeé con todas mis fuerzas en la cabeza.

Oí entonces los pitos de la hora, la radio del vigilante del parking estaba puesta a todo volumen. Era medianoche ya y el día 28, el de los Santos Inocentes,  acababa de comenzar. 


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viernes, 26 de diciembre de 2014

"Y ENTONCES ME DIO POR ASESINAR"- CUENTO DE NAVIDAD: Capítulo 4. Manos a la obra, primer asesinato: la mosquita muerta (26 de diciembre de 2012)

"Como te decía, una vez decidido el perfil general de víctima -mucha maldad,  estupidez y total falta de contacto con mi persona-, mi primera intención fue, lógicamente, documentarme bien, investigar, pedir consejo a posibles expertos en lo de matar, buscar el método o métodos más apropiados para asesinar.

De hecho, comencé con la bibliografía. Me acerqué a Lé, una librería estupenda de la que soy habitual, cerquita de casa, y compré un buen cargamento, como suelo hacer, miedo me doy. Lo de documentarme para asesinar era, es cierto, una disculpa más, y hasta el momento inédita y desconocida en eso de comprar libros, que no puedo tener más, tengo el apartamento a reventar.

Llegué con la Visa temblando a casa y extendí los libros en la cama, un batiburrillo de títulos, desde Agatha Christie a PD James y muchos más. Entonces, tras arrepentirme por lo mucho que acababa de gastar, me puse de nuevo a pensar. Tengo mucha facilidad para irme por las ramas, para divagar sin centrarme, como te habrás dado cuenta…”


Sonríe la chica pero no dice nada, sigo relatándole.

“Soy una mujer de acción, y aunque me gusta mucho hacer planes, imaginar, no dedico mucho tiempo a la planificación, al procedimiento. La práctica de lo que sea me parece fundamental. Así que el mismo día de San Esteban me dije que nones, que así, documentándome y elaborando un método o un plan, iba a perder demasiado tiempo, y que a asesinar se aprende en gerundio, o sea, asesinando. Otra cosa era leer para entretenerme. Todos aquellos libros los iba a aprovechar bien para mi ocio, pero nada más. Decidí aquel día 26 que primero manos a la obra, que luego ya rectificaría e iría perfeccionando el método en su caso. Además no tenía nada que perder, la verdad, nada…”

“Entonces, Nuria, perdóname, pero, ¿empezaste a matar así?, ¿sin saber nada de nada de cómo matar?, ¿sin método, sin plan?, ¿sin saber de venenos, de armas, de nada…? ¿siendo una completa aficionada, una total ignorante sobre matar?, ¿casi por casualidad? …“

Noto cierto retintín en la pregunta sobre la técnica del matar. Tiene sentido del humor esta chica, algo especialmente importante incluso en quien te puede llegar a defender ante un tribunal. ¡Y dale! Estoy empeñada, sigo imaginándomela así, como en una serie de televisión americana. Sólo falta que presida el honorable juez tal, que siempre es negro, no sé por qué. 

Venga, Nuria, sigue, que te pierdes…

“Bueno, vamos a ver… Lo único que tuve claro ese día de hace un año que toman canelones en Cataluña –yo también, soy de ascendencia catalana-, es que mi primera víctima tenía que ser una mujer. Eso sí lo tuve claro ese mismo día…”

“…¿Cómo una mujer?, pero… ¿por qué una mujer?...” me pregunta sorprendida.

“Precisamente porque me horroriza caer en cualquier tipo de sectarismo. Y puede pasar que, al ser una mujer, te sea relativamente fácil hacerlo en esa especie de corporativismo femenino tribal que hay, como hay otros muchos. Algo que se lleva hoy en especial. No hay más que ver la tele, leer las revistas femeninas o escuchar a las petardas que esgrimen las loas de “género” y mil chorradas más. Y no, ni de broma. Tanto la maldad fetén, como la estupidez a conciencia, están bien repartidas entre los dos sexos. Mira tú, ahí sí que hay auténtica paridad.

En fin, que la primera víctima tenía que ser una mujer bien mala y bien estúpida entre las muchas que te puedes encontrar. Y que yo no conociera, claro, que luego las puedo llegar a coger cariño y eso me podía impedir matar. Y entre ellas, eso es lo que pensé aquel día 26 de diciembre entre canelón y canelón, mientras los rellenaba y hacía la bechamel, el concreto perfil de mosquita muerta  me pareció el ideal para empezar a matar. Hasta el propio nombre lo decía, mosquita muerta, luego hay que liquidarlas. A mí es que cocinar me da siempre buenas ideas...”

La chica está descolocada, no ha oído esto en su vida. Creerá casi seguro en la bondad femenina per se y por decreto ley o naturaleza, es igual. Posiblemente confiará en la bondad humana además. Y luego, será partidaria de otros tipos de paridad distintos al que yo le acabo de especificar. No habría leído la Cenicienta ni la Bella Durmiente, porque los cuentos tradicionales están de capa caída y se consideran sexistas, políticamente incorrectos, como dicen ahora. Pero otros muchos cuentos y doctrinas sí que seguirá a pies juntillas y se los creerá, con una fe laica, claro, pero se los creerá.

“Nuria… perdona, ¿podrías ser más clara? ¿mosquita muerta dices? Es que me he perdido de nuevo…“

La pobre tiene el cuadernito abierto y lleno de tachones, con esa letra tan bonita, como antigua, de colegio de monjas. Y la entiendo. No es su culpa, es la mía, que no hago más que hablar y dar vueltas. Así no hay caso ni nadie que pueda redactar.

“Mira, ¿te acuerdas de la película de Mogambo?” Es una pregunta inútil, sé la respuesta. Con la edad que calculo que tiene, habrá llegado con suerte a la saga de la Guerra de las Galaxias y ET. Le explico el argumento ante su silencio.

Clark Gable, guía en África, duda entre el pedazo de mujer que interpreta Ava Gardner y la otra, la del “sí pero no, pero yo soy decente, pero yo soy buena, y quisiera, aunque con mi marido al lado, pues no me atrevo, ay. Pero que te miro ahora, Clark, … y ahora te dejo de mirar, si y no, soy buena, soy decente, pero…”.

La interpreta Grace Kelly, muy guapa también, pero es eso: un pedazo de mosquita muerta que le marea al Gable desde que aparece hasta que se va. Cuando desde el principio está visto que Ava, una mujer “con pasado”, como se decía antes, pero muchas menos tonterías, era alguien cien veces más de fiar. Pero bueno, los guionistas sabían bien lo que escribían.  Por eso gustaba tanto, era la vida de verdad, como es. La mosquita muerta causa estragos allá donde va, y, entre el elemento masculino, mucho más…”

Veo que asiente la chica como si se enterase. Sigo explicándole por si acaso.

“Yo desde siempre he pensado que hay muchos tipos de mosquitas muertas que hacen mucho mal. Y mi decisión de asesinar tomada el día de Navidad de 2011 encajaba a la perfección con ese odio mío visceral hacia ese tipo de mujer. Y es que cuando te encuentras con alguna mosquita muerta te das cuenta de lo que puede pasar. Van a menudo de “todo el mundo es bueno y yo la que más”, pero bien que las hacen y a la chita callando. Se disfrazan de fraternidad universal, ya sea cristiana, agnóstica, budista o de new age. Son políticamente correctas, tranquilas palomas, tiernas y devotas amantes de la humanidad, humildes como violetas en apariencia, pero es una pose, nada más. Hasta van de tolerantes, otro barniz hoy muy habitual. Pero luego no pueden soportar que tú te niegues a cantar el “We’re the world, we’re the children” de Michael Jackson con ellas, en corrillo y de la manita, la, la, la. Simplemente porque no te lo crees y con ruedas de molino te niegas a comulgar…"

No entiendo a qué viene este odio que siento, no lo puedo ni explicar. Estoy furiosa, desatada, no puedo parar de la rabia que siento... ¿De dónde este odio ancestral a la mosquita muerta? Pero me interrumpe la chica “Y, según has declarado ya, elegiste a Marian Zapico del Real, la del programa de radio…. Oye, Nuria,  ¿fue premeditado o se te ocurrió sin más?…”

“Fue por pura casualidad, esa es la verdad. Me la encontré de sopetón en un ascensor la noche del 27 de diciembre del 2011, la víspera de los Santos Inocentes. Y no iba a dejar pasar la ocasión. No la conocía personalmente, pero tenía unas referencias horrorosas suyas, de lo peor…

Yo había coincidido con Marian Zapico a mediados de los 80 en la televisión. Ella comenzaba allí, como comenzaba yo. Afortunadamente no la traté nunca directamente, ni trabajé con ella luego, una carrera imparable ha llevado, como sabrás. Rubia, aparentemente delicada, con cara de no haber roto un plato jamás. Si te acuerdas, tuvo un programa de amor en la radio a las tantas de la madrugada hace un par de años o así. Parecía siempre que adoraba a sus oyentes y luego  maltrataba a su equipo, se reía a micrófono cerrado de los que le contaban sus penas. Era mala de verdad”. 
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Cuento de Navidad por entregas en este blog, cada día (salvo uno) un capítulo, hasta el 6 de enero. 
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