Escribe Suso de ligereza en su blog. Y yo cada vez quiero menos. Me sobran cada vez más cosas.
Me sobran cremas y potingues que ya no uso. Empecé a no utilizarlas por un tema de dinero. Fueron desapareciendo de mi baño cremas caras, las que compraba cuando aún creía en la cosmética y podía gastar en ellas. Me pasé a las más baratas y reduje además su número. Y en este momento tengo que reconocer que ni uso ni tengo apenas. Todavía me da vergüenza decir esto, reconocerlo, como si fuera un tema de dejadez o de pereza, de falta de feminidad. Pero creo que no lo es. Es simplemente que necesito, de verdad, menos. Y también que soy más incrédula. El I+D+i de la industria cosmética me parece un cuento.
Cada vez me parezco en eso más a mi madre. Yo le reñía porque no tenía nada en su cuarto de baño. En la repisa de cristal desafiante sólo el cepillo y la pasta de dientes, un perfume bueno y una barra de labios roja.
Cuando murió mi padre, revisé su armario buscando objetos personales que poder dar a personas que le quisieron. Pero no guardaba nada porque no tenía nada. Sólo encontré una pequeña libreta con anotaciones y unas oraciones.
No soporto el abigarramiento. Me aburren la mayoría de las tiendas y odio cordialmente los centros comerciales. En casa me dedico a quitar cosas de en medio, ordenando lo que se deja y, si puedo, tirando. Necesito más espacios vacíos, más limpieza, y menos del resto. Debería aligerar mi biblioteca y vaciar más mi armario. Debería ir yo mucho más ligera.
Sé que seré más feliz cuando de todo tenga menos. Y cuando eso que tenga lo use casi diariamente y lo que no utilice desaparezca. Empiezo a pensar que el ideal es la celda del monasterio, un huerto limpio, mucho sol y, del resto, siempre menos.
"Declutter" dicen los anglos. Hay toda una industria, libros enteros y supuestos expertos ayudando a los yanquis no sólo a ordenar sus casas, habitualmente llenas, sino a deshacerse de tanto cachivache inútil y superfluo como tienen.
Viajar ligera de equipaje. Saber que, si mañana te llaman para trabajar en otro sitio o hay que mudarse por lo que sea, sólo tienes que cerrar la puerta. Que lo que necesites lo puedas llevar contigo en una mochila pequeña, sólo eso Qué placer.
Menos.
Nota: La foto es de un detalle del cuadro "Conquista del éxito" de Alberto Guerrero Gil, de la colección Sustratos.
Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.
viernes, 23 de agosto de 2013
lunes, 19 de agosto de 2013
Niña del lazo rojo
Un lazo rojo de grosgrain tieso, a un lado o en la coleta. A veces de raso de seda o de algodón, pero siempre rojo intenso.
En Misa me quedo mirando a una niña muy pequeña con un lazo rojo muy
bien puesto. Se sube y se baja la niña del banco, pero el lazo no se deshace,
ahí se queda, quieto.
Recuerdo planchando lazos hace tiempo. Y metiéndolos luego entre
la goma del pelo para que no se cayeran.
Hay algo muy español en los lazos rojos. Aunque las niñas
chinas y las de todo el mundo los lleven. Niñas chinas en los años 60 con sus dos lazos rojos en las dos coletas y en su manos el libro rojo
de Mao. Y otras escolares, de uniforme
azul, pero con su lazo rojo siempre.
Rojo y plata de los Austrias en las mangas y los puños de las meninas, lazos también en el pecho. Empaque y telas tiesas, brillantes, buenas.
Más lazos rojos de Renoir en el pelo de las mujeres.
Y otros muchos adornando una larga mata de pelo o la melena corta de una niña pequeña.
Más lazos rojos de Renoir en el pelo de las mujeres.
Y otros muchos adornando una larga mata de pelo o la melena corta de una niña pequeña.
Hay algo elegante y alegre, opuesto a veces, estricto orden y vida, entre la rigidez de la tela y el rojo fuerte del lazo que adorna el
pelo.
Siempre habrá una mujer o una niña con un lazo rojo en el
pelo bien sujeto. Y yo mirando cerca.
Nota: Los cuadros por orden son:
-Red Ribbon Girl, de la pintora jamaicana Judy Ann McMillan.
-Detalle de Las Meninas de Velázquez.
-Mademoiselle au riban rouge, de Pierre August Renoir
-Red Ribbons, de Harrington Mann.
-Red Ribbon Girl, de la pintora jamaicana Judy Ann McMillan.
-Detalle de Las Meninas de Velázquez.
-Mademoiselle au riban rouge, de Pierre August Renoir
-Red Ribbons, de Harrington Mann.
sábado, 10 de agosto de 2013
Todo es cielo
Me gusta mucho Castilla porque necesito espacios abiertos.
Esas llanuras interminables que a Gonzalo le producen angustia, a mí, en cambio,
me llenan.
Nota: La foto es de Ortiz Echagüe, y es Berlanga. Los cuadros son el primero del palentino Jesús Meneses (Paisaje castellano con rebaño) y el segundo del albaceteño Benjamín Palencia (Paisaje de la Manchuela).
Una línea de tierra, siempre delgada, y luego, como Ortiz
Echagüe reflejó en aquellas fotografías, como tantos pintores hicieron, el
cielo interminable, limpio o con nubes, pero inmenso.
Aquí todo es cielo. ¿Cómo no sentirse de paso
en la Moraña, en Tierra de Campos o en Urueña?
Avanza el verano. Estuvimos unos pocos días en Portugal, nuestros
vecinos más amables y los más educados –y esto último, pese a la antigua politesse francesa-. Visitar Portugal es entrar en otro tiempo más lento y hablar en voz baja.
Cada vez me gusta más vivir supuestamente lejos, las
ciudades pequeñas, los pueblos y el campo. Y estarme quieta. De paso,
pero quieta.
Qué delicia permanecer en el filo azul claro de
los cacharros del alfarero de Tiñosillos.
O en el pozo del claustro del Silencio del monasterio de Santo Tomás. O en Olimpia, ya tan anciana, durmiendo.
Ya digo que no quiero más trasiego. Pero nada, no hay manera. Tengo que moverme. Y encima en otra lengua. Qué pereza.
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