Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

viernes, 23 de agosto de 2013

Menos

Escribe Suso de ligereza en su blog.  Y yo cada vez quiero menos. Me sobran cada vez más cosas.

Me sobran cremas y potingues que ya no uso. Empecé a no utilizarlas por un tema de dinero. Fueron desapareciendo de mi baño cremas caras, las que compraba cuando aún creía en la cosmética y podía gastar en ellas. Me pasé a las más baratas y reduje además su número. Y en este momento tengo que reconocer que ni uso ni tengo apenas. Todavía me da vergüenza decir esto, reconocerlo, como si fuera un tema de dejadez o de pereza, de falta de feminidad. Pero creo que no lo es. Es simplemente que necesito, de verdad, menos. Y también que soy más incrédula. El I+D+i de la industria cosmética me parece un cuento.

Cada vez me parezco en eso más a mi madre. Yo le reñía porque no tenía nada en su cuarto de baño. En la repisa de cristal desafiante sólo el cepillo y la pasta de dientes, un perfume bueno y una barra de labios roja.

Cuando murió mi padre, revisé su armario buscando objetos personales que poder dar a personas que le quisieron. Pero no guardaba nada porque no tenía nada. Sólo encontré una pequeña libreta con anotaciones y unas oraciones.

No soporto el abigarramiento. Me aburren la mayoría de las tiendas y odio cordialmente los centros comerciales. En casa me dedico a quitar cosas de en medio, ordenando lo que se deja y, si puedo, tirando. Necesito más espacios vacíos, más limpieza, y menos del resto. Debería aligerar  mi biblioteca y vaciar más mi armario. Debería ir yo mucho más ligera.

Sé que seré más feliz cuando de todo tenga  menos. Y cuando eso que tenga lo use casi diariamente y lo que no utilice desaparezca. Empiezo a pensar que el ideal es la celda del monasterio, un huerto limpio, mucho sol y, del resto, siempre menos.

"Declutter" dicen los anglos. Hay toda una industria, libros enteros y supuestos expertos ayudando a los yanquis no sólo a ordenar sus casas, habitualmente llenas, sino a deshacerse de tanto cachivache inútil y superfluo como tienen. 

Viajar ligera de equipaje. Saber que, si mañana te llaman para trabajar en otro sitio o hay que mudarse por lo que sea, sólo tienes que cerrar la puerta. Que lo que necesites lo puedas llevar contigo en una mochila pequeña, sólo eso Qué placer.

Menos.

Nota: La foto es de un detalle del cuadro "Conquista del éxito" de Alberto Guerrero Gil, de la colección Sustratos.

lunes, 19 de agosto de 2013

Niña del lazo rojo

Un lazo rojo de grosgrain tieso, a un lado o en la coleta. A veces de raso de seda o de algodón, pero siempre rojo intenso.

En Misa me quedo mirando a una niña muy pequeña con un lazo rojo muy bien puesto. Se sube y se baja la niña del banco, pero el lazo no se deshace, ahí se queda, quieto.

Recuerdo planchando lazos hace tiempo. Y metiéndolos luego entre la goma del pelo para que no se cayeran. 

Hay algo muy español en los lazos rojos. Aunque las niñas chinas y las de todo el mundo los lleven. Niñas chinas en los años 60 con sus dos lazos rojos en las dos coletas y en su manos el libro rojo de Mao. Y otras escolares, de uniforme azul, pero con su lazo rojo siempre.

Rojo y plata de los Austrias en las mangas y los puños de las meninas, lazos también en el pecho. Empaque y telas tiesas, brillantes, buenas.

Más lazos rojos de Renoir en el pelo de las mujeres.

Y otros muchos adornando una larga mata de pelo o la melena corta de una niña pequeña.  

Hay algo elegante y alegre, opuesto a veces, estricto orden y vida, entre la rigidez de la tela y el rojo fuerte del lazo que adorna el pelo. 

Siempre habrá una mujer o una niña con un lazo rojo en el pelo bien sujeto. Y yo mirando cerca. 

Nota: Los cuadros por orden son:
-Red Ribbon Girl, de la pintora jamaicana Judy Ann McMillan.
-Detalle de Las Meninas de Velázquez.
-Mademoiselle au riban rouge, de Pierre August Renoir
-Red Ribbons, de Harrington Mann. 



sábado, 10 de agosto de 2013

Todo es cielo

Me gusta mucho Castilla porque necesito espacios abiertos. Esas llanuras interminables que a Gonzalo le producen angustia, a mí, en cambio, me llenan.
Una línea de tierra, siempre delgada, y luego, como Ortiz Echagüe reflejó en aquellas fotografías, como tantos pintores hicieron, el cielo interminable, limpio o con nubes, pero inmenso.  

Aquí todo es cielo. ¿Cómo no sentirse de paso en la Moraña, en Tierra de Campos o en Urueña?

Avanza el verano. Estuvimos unos pocos días en Portugal, nuestros vecinos más amables y los más educados –y esto último, pese a la antigua politesse francesa-. Visitar Portugal es entrar en otro tiempo más lento y hablar en voz baja.

Y luego Suso en casa. Aproveché para ver lo que, por tenerlo tan cerca, no veo. 

Cada vez me gusta más vivir supuestamente lejos, las ciudades pequeñas, los pueblos y el campo. Y estarme quieta. De paso, pero quieta.

Quedarme mirando donde estoy en este momento es lo que más quiero. 

Qué delicia permanecer en el filo azul claro de los cacharros del alfarero de Tiñosillos. O en el pozo del claustro del Silencio del monasterio de Santo Tomás. O en Olimpia, ya tan anciana, durmiendo. 

Ya digo que no quiero más trasiego. Pero nada, no hay manera. Tengo que moverme. Y encima en otra lengua. Qué pereza. 



Nota: La foto es de Ortiz Echagüe, y es Berlanga. Los cuadros son el primero del palentino Jesús Meneses (Paisaje castellano con rebaño) y el segundo del albaceteño Benjamín Palencia (Paisaje de la Manchuela). 

domingo, 14 de julio de 2013

Genevieve y Dios francamente asombrado



No al dente, sino casi sin hacer, cinco minutos y basta.  O sea, crudos. Y sin salsa.

Miro a mi compañera de piso, Genevieve, comerse los spaghettis así y no doy crédito. 

Y la miro también porque está sentada como acostumbra, en el suelo, con sus mallas grises, esas que lleva a menudo, y las piernas abiertas en una posición imposible. Ha sido bailarina durante muchos años y cuando quiere estar cómoda se sienta así. A mí me tiene asombrada. 

Compartimos durante casi un año un apartamento en el centro de la ciudad de Toronto. Yo estaba becada por el ICEX aquel año, 1987, y mi búsqueda de piso había sido todo menos afortunada. Pasé por la experiencia de cucharachas y algo peor: la soledad. Al final, si la compañía es buena, es mejor siempre compartir. Y ese fue el caso. Luego compartimos dos gatos. Un día descubrimos a un ratón que se deslizaba en nuestra caja de cornflakes y ella decidió aplicar la solución más ecológica. Genevieve los llamo (Rumple) Teazer y (Mungo) Jerry en honor de Cats, que tanto le gustaba. Luego no eran dos machos, sino macho y hembra, o al revés. En fin, estas cosas pasan.

Genevieve me descubrió la literatura fantástica, a los hobbits, al Fantasma de la Ópera, muchas más cosas de las que ella sabía mucho, lectora impenitente, curiosa y apasionada. No había nada que Genevieve no hiciese con convencimiento, con ganas. 

Aquel apartamento entre Queen St.y John St., donde hoy, naturalmente,  hay abajo un Starbucks, era un dúplex con la primera cocina en abierto que yo vi, acostumbrada a las cocinas cerradas. Allí el sol de Toronto entraba a raudales. Esa fue mi casa y ella fue mi amiga. Me ayudó con el inglés, con el trabajo, con la vida. Y simplemente estando. Sobre todo estando.

Genevieve era rubia, delgadísima, con unos ojos azul grisáceo y una mirada ligeramente triste que ella vencía con su actitud siempre positiva ante las dificultades.

Trabajaba entonces con Donald. Tenían una agencia de “publicists”. Representaban a actores, a gente del espectáculo. Pasaron ciertas dificultades con la empresa, pero para Gigi, como la llamaban en su casa, todo era posible y nunca se daba por rendida.

Genevieve había nacido en Montreal, era de ascendencia irlandesa. Hablaba francés e inglés y chapurreaba el español y el italiano. Siempre quería aprender algo. Siempre estaba aprendiendo algo. 

Gigi tenía una buenísima conversación y unos silencios aún más interesantes.

Al poco de marchar yo Genevive emprendió una carrera seria como escritora, aunque había hecho sus pinitos antes. Se cambió de casa a Cabagge Town, otro barrio de la ciudad, si mal no recuerdo. Conoció a Ron. 

Hace quince años a Genevieve le diagnosticaron Esclerosis Lateral Amiotrófica. Ella siguió trabajando, estudiando, escribiendo y con proyectos muy variados. Se casó con Ron al poco de ser diagnosticada.

Genevieve Kierans, canadiense, exbailarina, expublicista, escritora, creadora de mundos fantásticos -en la ficción y en la realidad, que es mucho más difícil-, elegante y, sobre todo, mujer de gran corazón y luchadora admirable, murió ayer.

La recordaré siempre con aquellas mallas grises, casi contorsionándose en el suelo, comiendo su pasta sin hacer, dura y sin salsa. Hablando o callada. Y sirviéndonos, ambas, un vino blanco.

Estoy segura que Dios le está mirando como yo, francamente asombrado.

In God’s own time we shall meet again. Gracias, Gigi.


miércoles, 10 de julio de 2013

Los niños enfermos

Sigo leyendo –poco-  y trabajando –es lo que toca-. Pasan los días y no doy abasto. La enfermedad como tema literario.

“Ebrio de enfermedad” de Anatole Broyard, desolador relato que publica La uña rota, esa editorial segoviana que me hace tanta gracia. Empiezo por el final, “Lo que dijo la cistoscopia”: el autor, su padre y lo que dijo la citoscopia, lógicamente. Me gusta a pesar de la tristeza y de la nada.

La enfermedad es el tema más literario porque es el más humano. Tras el amor. O el desamor. O la muerte. O la  casa. La familia. La envidia. La mentira. Los secretos. La vergüenza y el horror de saberse malvados, mezquinos o simplemente pequeños, nada. El miedo.

Todo es literario. Por eso me parece  raro que la enfermedad, que es de lo más humano que tenemos,  sea hoy minimizada, olvidada, que sea un tema más de ensayo que de novela, cuento o relato.  

Los niños enfermos. Cuántos niños enfermos. Antes y ahora.  Cuántos escritores que comenzaron precisamente siendo niños enfermos, encamados, que no pudieron ir al colegio o que faltaron durante meses o años, que devoraron libros o historias de quienes les cuidaban o simplemente tuvieron más tiempo para observar. 

En la enfermedad, con ella, nacieron muchos escritores o con ella también se desarrollaron. De ella proviene la reflexión o simplemente el dolor, la angustia, la soledad o el tiempo que dejas pasar y piensas, o la desesperación de sentir que el ritmo de los demás y el del enfermo están desacompasados. Al final escribir es tener un tiempo que no encaja en el resto de la casa. Un tiempo aparte.  

Propósito: saber algo más sobre qué escritores tuvieron enfermedades serias, crónicas o largas, o quizás más esporádicas, cuáles estuvieron mucho tiempo en cama, cuáles fueron niños enfermos, aislados, lectores tras las sábanas. 


Ay esas buenas gripes escolares que tanto han hecho por la lectura. 

Leer más y mejor para escribir un poco, a veces nada. Pues eso.



Notas: 
El primer cuadro de la niña convaleciente jugando es de Albert Anker, pintor suizo. 
El del niño palido, que también juega en la cama, es "Niño enfermo", de Ricard  Canals.

sábado, 29 de junio de 2013

De San Juan a San Pedro y San Pablo

Volvemos de Estados Unidos el día de San Juan, cinco días muy intensos entre Nueva York y Filadelfia.
“Tu pueblo será mi pueblo”, como en el libro de Rut, siempre suena cuando alguien se casa.

En esta ocasión volví a acordarme de la frase al pronunciar el novio los votos matrimoniales comprometiéndose a poner tanto empeño en aprender su idioma y cultura como ella había puesto en aprender los suyos. 

Pensé que siempre te casas con un extranjero, con alguien que no es de tu familia, con quien no compartes un pasado, costumbres comunes, hábitos. 

Fue todo bonito, sencillo y, por eso,  muy emocionante. Los americanos cariñosos y acogedores, llenos de detalles. Copias de las fotos de ambas familias, tíos, abuelos, repartidas por toda el lugar donde se celebró la boda. Como si estuvieras en casa. 

De vuelta a casa G. piensa  que habría que inventar una maleta que fuera silla a la vez para sentarse. Los aeropuertos a menudo son una lata. No son las horas de vuelo, son las esperas, las colas, todo se hace muy largo. 

Entrevisto el jueves a Pablo D’Ors en su casa. Habla como escribe. Y sonríe. Todo muy agradable. Su perro dando vueltas y olisqueando. Se le oye al principio en la grabación casi más que a Pablo, que habla bajito y despacio. 

Hoy es San Pedro y San Pablo. Todos los años mi madre se iba a Boecillo entre San Juan y San Pedro y San Pablo. Así quedaba inaugurado oficialmente el verano, o el veraneo, que decíamos antes. 

Nota: La imagen es una litografía de Chagall, "Meeting of Ruth and Boaz"

lunes, 17 de junio de 2013

Fantasmas románticos y otros fantasmas

Acabo “Casa de muñecas”, de Patricia Esteban Erlés, sus relatos son siniestros e inquietantes. Empiezo otro de cuentos, “Paseando con fantasmas”.  Pero no es justo lo que ando buscando. 

Quiero  historias de fantasmas románticos, dije en Páginas de Espuma. Y me enseñaron lo que tenían, una antología del cuento gótico. No doy con ello. Y no sé cómo explicarlo. Les mencioné “Otra vuelta a la tuerca”, de Henry James, que a mi padre le gustaba tanto. Debería volver a leerla, aunque tampoco es ni el tono ni la aproximación, pero es interesante. Cómo contar lo que no se puede ni contar de tan terrible y malo. Para eso también existen los fantasmas.  

El género del que intento leer algo es hoy raro. No se trata de vampiros o zombies, ni de cuentos góticos. Es “El fantasma y la Señora Muir”, aquella película inolvidable de Mankiewicz. O “El fantasma de Canterville”, de Oscar Wilde, una historia que me encanta, fina y elegante, con sentido del humor. Tienen y conservan lo que busco en los fantasmas: misterio y alma. Y el juego de las dos realidades, lo natural y lo sobrenatural, en convivencia y rozándose. Así vivimos y escribimos. Todo sucede a veces en un mismo plano. No sabes dónde empieza qué ni tampoco dónde acaba. 

Encuentro entre mis libros una vieja edición de los años 80 de Planeta, “Relatos de fantasmas”, de mujeres escritoras, alguna conocida, como Wharton, desconocidas la mayoría, otra recién rescatada en España como Stella Gibbons. Mencioné a Ediciones Funanmbulista a Daphne du Maurier, autora de “Rebecca” y de “Los pájaros”, y de aquella otra historia romántica y preciosa, “La posada de Jamaica”, que debería volver a publicar alguien.

No es el terror o lo siniestro, es el espíritu que permanece y que cuida en la distancia. Las casas son espacios sagrados. Baja la temperatura en la habitación. Sientes la presencia de alguien, una sombra, ruidos suaves en el piso de arriba y no es la gata. La luz se va con frecuencia cuando estás sola. Entonces abres un armario. Y pides permiso y también perdón por haberte instalado, el siempre difícil equilibrio entre dos realidades. 

Los fantasmas son la memoria. Por eso me interesan tanto.

miércoles, 12 de junio de 2013

Tábula rasa I)

Adelanto la visita a la Feria por temas de trabajo. Lo hago con JM el domingo, un día inglés encapotado, bueno para andar pero malo por la afluencia de público. En menos de hora y media, agobiados,  decidimos irnos y dejamos sin visitar editoriales que nos interesan a ambos. Casi mejor, la visa mía temblando, no tengo remedio.

En el camino de vuelta, porque el tren tiene esa, entre otras de sus muchas ventajas, leo con calma. En Páginas de Espuma, en la que el año pasado compré los dos libros de Edith Warton sobre escribir ficción y criticarla, compro "Fenómenos de circo" de Ana María Shua y "Casa de Muñecas" de Patricia Estaban Erlés con ilustraciones de Sara Morante.  Me gustan ambas, finas y siniestras, maestras en la distancia corta, sprinters de músculo alargado. Pienso en sobrinas y en la hija de mi marido que tienen ese sentido del humor ligeramente negro o el espíritu de lo fantástico más arraigado que el mío, en la línea de Tim Burton. Se los guardo. Leo a veces con el run run constante de amigos y familiares, esto le gustaría a mi prima, esto le encantaría a mi amigo… A veces leer es una cuestión de afecto, te sientes más cerca de las personas que quieres.

Ayer tuve insomnio y comencé a leer el libro que me regaló JM, "La España que te cuento", un conjunto de textos cortos de autores muy variados que reflejan la España contemporánea, aunque la selección se hizo en 2007 y ya ha quedado algo desactualizada, la crisis empuja otra literatura. Me quedo desolada y más insomne si cabe. Ya conocía el cuento de Fernando Aramburu, “La colcha”, un estupendo retrato de la mezquindad con la que se puede vivir en el País Vasco, el miedo y el egoísmo dando la espalda a las víctimas. Me gusta mucho el de José María Merino, “El apagón”, el origen de la crisis I podría llamarse. Y el de Rosa Montero, "Tarde en la noche". Y otros muy buenos. Leo el epílogo de José Ovejero y entiendo mejor la tristeza y la desazón que me provoca el libro en su conjunto. No hay un solo autor con esperanza, no hay ninguno donde se pueda ver esa otra España, personas, momentos, vidas, algo, un atisbo o un hueco para Dios o para la confianza en el ser humano. Tabula rasa, al final no hay nada más que un solo paisaje, muy bien narrado, pero uno solo sin agua.

Tengo que reorganizar la biblioteca. Guardo los libros de ficción ordenados por orden alfabético de autor, así que cada vez que compro algo tengo que mover el resto en los estantes, tengo poco espacio. Trabajo intenso hasta el próximo fin de semana, el blog de nuevo descuidado. Leo a Amos Oz y su "Historia de amor y oscuridad" sacado de la biblioteca para darme ánimos. 

martes, 4 de junio de 2013

Collalbas en el descampado

Por fin. Parece que ya llegó el buen tiempo con un mes de retraso sobre el que ya, de por sí, lleva Ávila. Aquí, según las malas lenguas, sólo hay dos estaciones: la del tren y el invierno.

Paseamos M. y yo hace una semana camino de Vicolozano. Dejamos a nuestra izquierda a Zurra y al Pedrosillo, dos fincas seguidas, si es que no son una misma con nombres distintos según se entre por el sur o por el este. Tienen caballos, vacas y toros y una dehesa preciosa muy bien mantenida. Se nota que se ocupan de ella. Nos sorprendieron dos burritos que salieron a nuestro encuentro desde el campo de enfrente. Eran majos, pero tenían celos. Le dábamos a uno un poco de hierba, y el otro le embestía. Íbamos al otro, y se picaba el primero.

Ayer paseando descubrí una colonia de collalbas. Eran de las grises, creo. Estoy esperando a que lleguen mis gafas progresivas, todo un invento, pero, de momento, con las que tengo, pude distinguirlas muy contentas avisándose de que Olimpia y yo andábamos cerca. 

Es un respiro ese descampado de al lado de casa que la crisis dejó sin cemento. Conserva  todavía algo de vertedero, una mala costumbre la que se tiene, más al ser el patio trasero del Polígono de las Hervencias. Con la primavera se hace más campo todo el solar ese. Y tras tanta lluvia los perros se pierden, no los ves de tan alta como ha crecido la hierba. Allí, entre trapos, restos de cachivaches, trozos de vidrio, muelles y esas  flores moradas que crecen a ras del suelo, las quitameriendas, estaban piando las collalbas, elegantes, finas y alegres. 

El herrerillo ya no viene al árbol del paraíso. Hoy estaba lleno de moscas zumbando furiosas. Gonzalo dice que es el pulgón que atrae a algunos insectos. 

lunes, 3 de junio de 2013

4. Ni miramos ni nos miramos (La señal de los bárbaros)

Contemplatif, me dijo la profesora, no tiene un sentido de mirar con calma. Me extrañó que en francés no tuviera esa acepción y que no fuera una palabra “laica”.

Un mendigo se quejaba: “Míreme, por Dios, aunque no me dé nada…”.

Peor todavía dar sin mirar a los ojos. El contacto visual nos avergüenza. Quizás es porque vemos. 

A veces estás tan enfrascada que ni levantas la mirada cuando te dicen hola o adiós. Y ocurre con las personas que más quieres.

Es otra señal de los bárbaros. Eso sí, pegados a la pantalla. Absortos, pero no mirando. No miramos.

viernes, 31 de mayo de 2013

La respiración vigilada ("El estupor y la maravilla" o Pablo D'Ors revisitado)

Descubrí a Pablo D'Ors el pasado invierno. Es de una gran solidez, delicado y profundo, de muchos matices y detalles. Entras en otra dimensión cuando lees algo suyo, en otro ritmo más pausado.  Me gusta lo que cuenta y cómo lo hace.

Aquí abajo hay un texto que vuelvo a leer de vez en cuando. Pertenece al primer capítulo de "El estupor y la maravilla" sobre la vida de un vigilante de un museo, una auténtica joya publicada por Pretextos en 2007.

"La noche en que Gabriele volvió a aproximar su rostro al mío (todavía no tan cerca como antaño, pero mucho más, ciertamente, que las semanas anteriores) supe que me quería como nadie me había querido antes. Esa noche tan dulce (y las siguientes lo fueron más, pues ella fue aproximándose poco a poco hasta llegar a la cercanía deseada) supe que la vida era justa conmigo al brindarme lo mismo que yo le había dado: durante veinticinco años había vigilado a los demás; ahora, al fin, era a mí a quien vigilaban. Con ese celo que da el amor al propio oficio, durante veinticinco años había vigilado los cuadros en un museo; ahora, cuando ya casi era un viejo, era yo el vigilado con esa incomprensible entrega y abnegación que sólo puede brindarse al ser amado.

Y fue entonces, con los ojos cerrados, con la respiración de Gabriele todavía caliente en mi piel, cuando decidí escribir este libro: las memorias de un vigilante de museo. Pocos días antes, en unos de los bancos de Schwarzenberg -el jardín romántico de mi ciudad natal, desde donde se distingue con toda nitidez una de las fachadas del museo-, ella me había dicho "Todo esto tienes que contarlo", comentario al que yo había sonreído con indulgencia, como quien tiene la sabiduría demasiado domestica, acaso incomunicable. Había sonreído vanidoso, pues con aquellas pocas palabras me decía por primera vez que mi vida podía aspirar a cierta posteridad. "Todo esto tienes que contarlo", había dicho Gabriele tras escuchar el relato de mis historias, tan insignificantes. Y así empecé a ver grande lo que hasta entonces había visto pequeño.

Ella me vigilaba por las noches para saber que no me había muerto; yo escribiría durante el día para que el mundo supiera que había vivido. Ahora sé que sólo escribimos para que en algún lugar de la Tierra alguien abra nuestros libros por las noches y sienta nuestra respiración cerca, como una brisa tibia en la piel".

Me conmovió la primera vez que lo leí y vuelvo otra vez a emocionarme mientras lo copio. Es así la escritura de Pablo D'Ors. Puedes volver a ella siempre porque siempre encuentras un lugar donde sentarte.

Pablo D'Ors estará en la Feria del Libro de Madrid estas semanas.

Sábado 1 de junio, de 18.00 a 20.00 y en la caseta 206 de la editorial Pre-textos firmando EL OLVIDO DE SÍ y el resto de su obra.
Domingo 2 de junio, de 11.30 a 13.30 y en la caseta 144 de la editorial Siruela firmando BIOGRAFÍA DEL SILENCIO y el resto de su obra.
Sábado 8 de junio, de 19.30 a 21.30 y en la caseta 255 de la editorial Impedimenta firmando la nueva edición de ANDANZAS DEL IMPRESOR ZOLLINGER y el resto de su obra.
Viernes 14 de junio, de 18.00 a 20.00 y en la caseta 146 de la librería Alberti firmando todos sus libros.

jueves, 30 de mayo de 2013

El primer baile

Fue en Alcocebre, un lugar de veraneo, en la casa de los Huarte. Emilio Huarte Mendicoa era amigo de mi padre.

Todavía lo recuerdo:  moreno, alto y guapo. Con muchísima clase. Carlista. Y, evidentemente, navarro. Con un sentido del humor impresionante, siempre de guasa. Se había casado con Nelly, de San Sebastián, elegante y también alta. Y, encima, rubia. Tenían unos hijos de edades parecidas a las nuestras. Nos habían invitado.

Y de repente, no sé por qué, pusimos música y comenzó el baile.

No tendría yo más de trece años.  Un poquito de vergüenza, nervios y, sobre todo, una sensación de halago desconocida y francamente agradable. Las piernas temblando y las manos apoyadas en sus hombros sin llegar casi, me llevaba prácticamente en volandas. Todo daba vueltas. 

Fue emocionante.

Toda mujer debería ser invitada a bailar por primera vez por alguien como Emilio Huarte Mendicoa.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Life is beautiful

No vuelvo, simplemente me quedo donde estaba.

En la mesilla el cuaderno forrado en piel con el título "Life is beautiful" y mis iniciales en dorado. Me lo regaló M. para que escribiera todo lo bueno que me pasa. Escribo por la noche bobadas que son importantes: pude trabajar 3 horas sin interrupciones, hice judías verdes, di un paseo hasta Vicolozano con una amiga.

Es una primavera extraña en esta ciudad donde ya de por sí el buen tiempo entra tarde. Miro a los geranios que plantó Gonzalo. Resisten. También resisten las pequeñas flores de rocalla en esa murete que construyó bajo el árbol del paraíso a la entrada. ¿Aguantarán más heladas?

Hoy toca devolver "Memento mori" de Muriel Spark, desoladora visión de la vejez, novela interesante y un tanto extraña. Tras "Las señoritas de escasos medios", que parece intrascendente y luego dice tanto, quise leer más de esta autora conversa y amiga de Graham Greene. Bien Amos Oz y su fábula "De repente en lo profundo del bosque". ¿Qué pasaría si desapareciesen todos los animales? Tiene el aire de parábola judía, el ritmo.

Pedí por Iberlibros varios libros de Bobin, tan recomendado por JAS. Me están esperando en francés. Dos pájaros de un tiro, leo y complemento las clases.

¿Qué me pasa?

Miedo a las palabras. A hablar demasiado. A la superficialidad. A la frivolidad. A hacer más ruido. En definitiva: a contribuir a la nada.

Se lo conté a S. "Es como cuando entro en una librería y me agobio, ¿sabes? Hay tanto. Y tanto tan prescindible..." Me recomendó que leyera "La tristeza del mundo" de Enrique Andrés Ruiz. Dio en diana. No soy rara.

Los buenos amigos están siempre a mano.