Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

lunes, 13 de febrero de 2012

3. Orientación profesional (Mandy, Bienestar y Belleza, 5)

Podía haberle yo recordado a Pablo cuando me puso cara de desgana y dijo lo de “tú no sabes de eso” lo que le había contado ya varias veces: que estudié e hice la FP, y, precisamente, la rama de estética, y que nada más acabar estuve trabajando en una peluquería que cerró por la muerte de la dueña, una pena. Me ofrecieron entonces entrar como recepcionista en una clínica de estética en la calle Sagasta de Madrid,  un lugar de mucho nombre con un director médico de prestigio,  un doctor muy famoso, de los primeros que se metió en esto.

-Mandy, es Vd. muy guapa y le digo yo, como mujer, que es una pena que no saque todo el partido que tiene... Le doy mi tarjeta y Vd. me llama cuando quiera …

Rosa era amiga del jefe además de una de sus mejores clientas. Me lo propuso un día que estaba yo muy triste, tras verme ella más de un año en la recepción abriendo y cerrando la puerta. Tenía yo diecinueve años recién cumplidos, un novio que me acababa de poner los cuernos y un cabreo que no sabía cómo quitármelo, aparte de un sueldo que era una auténtica miseria, vivía muy estrecha. Así que no lo pensé dos  veces. Probé una semana con Rosa en un chalet a las afueras sin saber mucho qué era. “No vas a hacer aquello que no quieras, si no te gusta el tipo que te lleva a cenar, coges y me llamas, enviamos a otra chica y no hay problema” me dijeron. En apenas cinco días gane el sueldo de mes y medio de la clínica aquella. Tuve suerte con los primeros clientes. Rosa, mi jefa, era y sigue siendo una mujer inteligente. Supo facilitarme todo mandándome a hombres que sabía que eran de los buenos.  Al principio fue en parte querer demostrarme y demostrar al que me la dio con otra que conmigo algunos estaban dispuestos a pagar, y no cualquiera, los de posibles. Tenía además ganas  de pasármelo bien, y  así fue si soy sincera: comencé a vivir mucho mejor, sin apuros, me invitaban a buenos restaurantes y hoteles, a conocer sitios nuevos. Todo el mundo te trata mejor cuando hay dinero, la gente te mira de otra manera. 


Es verdad que hubo de todo, aunque ascos por mi parte tengo que decir que los menos, así que en general me compensó. Por eso empecé  y seguí en esto. Fue una cuestión de dinero, del mucho que se gana si tienes la cabeza fría, si eres trabajadora y prudente. O sea, si no te metes en líos ni de drogas ni tampoco de novios u hombres que te protejan. Lo mejor es siempre tú con otras mujeres o sola, los tíos en todo esto a dos mil kilómetros de distancia, salvo los clientes, por supuesto.

A los cuatro años, casi cinco, me vine a esta ciudad y me establecí por mi cuenta, había aprendido lo que me interesaba y quería trabajar sola, ser independiente. Tener a Rosa cerca me demostró cómo hay que hacer esto si pretendes hacerte con un capital pronto, evitar los problemas y quemarte antes de tiempo: dedicarse sobre todo a unos pocos clientes, esos que son los mejores, los que no dan apenas problemas, hacerlos fijos, que vuelvan una vez, y otra, y otra; tener contactos en agencias o clubs, claro, pero de modo secundario, solo por si te faltan los tuyos, los de siempre.
Al final en mi caso es preferible una ciudad pequeña, que casi conoces mejor a la gente y es más controlable, también hay menos competencia. En Madrid acabé harta de hombres de negocios extranjeros, aparte de que había decidido hacía mucho tiempo que en cuanto pudiera no iba a trabajar ni con moros ni con orientales, hombres a menudo raros que te salen por peteneras, no confío en ellos.  Yo prefiero a los nacionales, que sé con qué me encuentro. Aunque ahora hay muchas sorpresas, hoy la gente va muy pasada hasta en los pueblos. Pero esta ciudad de provincias, que algunos considerarían un muermo, me permite que haya pocos clientes de fuera, eso entre otras muchas ventajas que tiene: queda todo al lado, es más pequeño y familiar, te organizas mejor y con menos trasiego. 
Así que de montar una empresa sabía algo, puedo hacer cuentas. Otra cosa es que pague para que otros me las hagan. He administrado mi dinero con ojo, nunca gasto más de lo que ingreso y ahorro de modo constante. Sé lo que quiero desde hace mucho tiempo y cómo lograrlo, y este cambio de actividad no me iba a suponer mucho problema. O eso creía yo por mi experiencia como clienta de estética, que, como es lógico, es en la partida donde casi más me he dejado estos años tras las casas que he comprado. Mi cara y mi cuerpo son con lo que trabajo, como para no cuidarlos...
Pero no le conté nada de esto a Pablo,  ¿para qué hacerlo?, se olvida siempre lo que le cuento, o no me escucha, se duerme. No le interesa nada de lo que pienso ni mis proyectos. Además, él, por el trabajo que hace, necesita de vez en cuando pensar que está ahí como salvador de quienes no sabemos, los votantes, los ciudadanos, quiénes sea. Entender a qué se dedica explica en cierto modo cómo me ve él también a mí y a lo nuestro. Por eso yo sé cómo hacer si quiero algo. Así que comencé a desdecirme…
-Tienes razón mi amor, yo de eso no sé nada, son tonterías que se me ocurren a veces…

3 comentarios:

lolo dijo...

Bienestar... es posible. Es que a ella me la imagino una monada por fuera. Y al él, a Pablo, para qué contar. A él ya le estoy odiando, Máster.

A ver qué pasa. Como en los mejores tiempos, esta saga me ha enganchado.

Estás tú, en todo tu "estado" anterior ;), bien.

Juan Carlos Garrido dijo...

Si esto lo escribo yo, las feministas se me tiran a la yugular.
Muy interesante, Aurora.

Saludos.

Máster en nubes dijo...

Lolo, gracias por leer siempre. Me alegro de que te entretenga. Curioso, a mí Pablo ha acabado por inspirarme ternura.

Sombras, te agradezco mucho tu lectura y que te interese.