Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

lunes, 31 de enero de 2011

De Guadarrama a Valladolid (en tu casa)

Salgo de San Lorenzo camino de Guadarrama. La sierra sube triste por el Alto de los Leones, antes del León, el nombre lo cambiaron tras la guerra civil. Paso el túnel, siempre largo. Dejo la mujer muerta detrás, el montón de trigo, delante más pardos, cárdenos y blancos, viento, las vacas deben de estar heladas. A la izquierda queda Ávila Tengo que ir un día a Gredos, bajar al valle del Tietar, llegar quizás a Cáceres. Lo haré cuando pueda, ahora toca ir y venir por la A6. Conduzco con el automático a pesar de las obras, están mejorando la carretera. Olimpia duerme como un tronco confiada. Se abre el llano. Vuelan los milanos y, de vez en cuando, en un poste, un águila vigila. Menos nueve grados en Olmedo, después Mojados, Portillo y Boecillo.

El jardín de mis padres, entre conventual y toscano, sueña, la casa está helada. Una ventana se abrió y un animal entró y se refugió en una cama. Cierro todo con cuidado.

Tú no estás ni bajo tierra ni en el cielo, sigues en tu casa. Y yo, que siempre paso frío, decido dormir en Valladolid con calefacción central, un avance de la humanidad que no valoramos.

sábado, 29 de enero de 2011

Thérèse


Fui a ver la exposición de Renoir en el Museo del Prado con un amigo. Sacamos la entrada con anticipación para ir un martes, pensábamos que sin gente. Pero no fue así.

Había un cuadro precioso, una niña de trece años que miraba con ojos ligeramente tristes hacia abajo, blusa blanca y azul, el pelo castaño retirado de la cara, un retrato de gran delicadeza. Era Thèrese Berard, murió en los años 50. Renoir la pintó también más pequeña.

Miré otros retratos, cuadros de paisajes, de cebollas o manzanas, de peonías, algunas bañistas, mujeres en palcos y niños. Pero a mi me impresionó Thérèse. Recordé a otra Thérèse, la de Lisieux y la película de Cavalier que creo que está en los cines españoles veinte años después de su estreno. Es una película como solo pueden hacerla los franceses, visualmente perfecta, medida, contenida, con matices y, a la vez, cruda, no fue una vida de muñeca. En Cannes fue un éxito allá por los 80.

viernes, 28 de enero de 2011

Orientación sur

Visito una casa, y otra, y otra, y otra, hasta veinte. Es en lo primero que me fijo, en la orientación, el espacio viene luego. Prohibido el norte, y más en la sierra. La sombra del Abantos es grande. El monasterio de San Lorenzo mira a Madrid, al sur y al éste. Si se trata de reyes prefiero a los austrias siempre. Casas que trepan las faldas, que reptan entre pinos. Algunas me recuerdan a los adosados ingleses. Pero nada de romanticismos. Antigüedad significa arreglos. Hay bajos preciosos, patios recoletos estupendos para verano, pero la luz no entra ahí en invierno.

Luz, luz, luz: las casas orientadas hacia el sur siempre. Paseo con Olimpia, subo hacia la Horizontal dando un paseo. Hago otro trayecto a la inversa: ¿cuánto tardo en ir al mercado, al bar, a la panadería, a la librería, a la iglesia? Menos de un cuarto de hora, perfecto. Un magnolio muy cerca, la casa roja de enfrente y silencio. Qué gusto el silencio.

domingo, 23 de enero de 2011

También la lluvia: interesante película nada complaciente

Fui al cine a ver “También la lluvia” el sábado, tenía muchas ganas. Iciar Bollaín me parece una buenísima directora, me gusta cómo cuenta historias. “Flores de otro mundo”, otra película suya sobre esos matrimonios de mayor o menor conveniencia entre latinas y españoles, tenía ternura y verdad. “Te doy mis ojos” es, en mi opinión, una de las mejores películas sobre la violencia doméstica desde dentro, esa relación que "ata" a una mujer a su maltratador y que al resto nos parece imposible que suceda, no entendemos qué puede pasar ni cómo se llega a eso.

El caso es que de ésta me atraía el cartel ya, esa cruz volando por el cielo, una imagen de la historia en cierta manera. Leí una crítica y allá que fui. Relata el rodaje en Bolivia -una cuestión de presupuesto- de una película sobre Bartolomé de las Casas, los excesos de aquella época y otras voces disonantes en defensa de los indígenas. Y cuenta hábilmente, en paralelo, el juego que se establece entre aquel pasado que nosotros hoy a veces juzgamos y valoramos como si fuéramos mejores y que, como demuestra la película, repetimos a veces de modo inconsciente, otras con un cierto sentimiento de culpa, incluso con un atisbo de arrepentimiento y de vez en cuando un pequeño gesto.

Luis Tosar como el productor está espléndido, también Gael García Bernal en el papel de director, y los actores, Karra Elejalde especialmente, Carles Santos, Raúl Arévalo, los tres bien perfilados, con matices, perfectos. Es un retrato por eso valiente de ese equipo que trata de contar las barbaridades contra los indígenas y que, a la vez, van a su bola, a hacer su peli, sin que les importe más que su ombligo, o su ombligo al final básicamente. Por otro lado, todo resulta comprensible, humano, como somos todos, limitados siempre: el miedo y el dinero pueden mucho. No voy a destripar qué pasa, es mejor verla.

Mención aparte merece la interpretación de los indígenas -que no son actores, por cierto- impresionantes, verdaderos todos ellos. Juan Carlos Aduviri, Daniel, merecería un premio. La escena de las madres indígenas negándose a seguir el guión es de antología, te emociona; como la de la cena del equipo te enfurece. Hay muchas, no solo esas dos.

Me ha gustado la factura, la interpretación, el casting, la dirección, la fotografía, la música, el guión es excelente, de Paul Laverty. Interesante cómo se llegó a éste, por cierto.

Es cierto que la historia puede tener cierto resabio simplista de “multinacionales, caca siempre”, pero, más allá de esto - no creo en cabezas de turco, sean unas u otras-, me parece que la película es buena por lo que respecta a su falta de complacencia con el mundo que no es solo el cinematográfico, que podría ser el literario o de cualquier ámbito, que no duda en repetir torpemente lo que critica o, quizás, mira al otro lado a menudo o muy frecuentemente. También creo que el giro final, el "buen gesto", hace a la película menos dura, más esperanzadora, pero no más creíble, lo digo como lo veo.

Si uno va más allá del tema de la multinacional, y hasta la historia concreta del propio equipo que rueda, se da cuenta que quizás la película trate sobre algo más de fondo, algo que nos atañe personalmente. ¿Soy otro cobarde actor, un director que prefiere contar una historia a enfrentarse a la que tiene delante de él? A menudo no estamos a la altura de quienes representamos, ni de la historia, aquella que merece ser contada y vivida, y no sólo en escena.

viernes, 21 de enero de 2011

Amigas de colegio (el brasero en invierno)




Hace unos meses entré en una tienda. Una señora muy mona se probaba algo. Nos miramos y, zas, nos reconocimos al momento. Era Mariángeles, antigua compañera de colegio, en cuya casa jugábamos a las tinieblas de pequeñas. Nos abrazamos con cariño, pasamos revista rápidamente a cómo nos iba y quedamos en que sin falta nos teníamos que ver. Ella llamó a Patricia, Marta, Isabel, Mila, Cristina y Sonsoles. Yo me encargué de otra Marta y María, con quienes no he perdido el contacto aunque, ay, nos vemos poco. Así que ayer fue, a pesar de otros temas, un día estupendo gracias a la reunión "del día 20 a las 20". Lo vamos a repetir en breve (Beatriz, te esperamos, y a más, ojalá...).


Para empezar, vinieron cargadas de un excelente vino, no menos buenos libros y otros regalos (copas, abrebotellas, cholatinas envueltas en papel con mi foto del blog, en plan Warhol, un detalle que te mueres, gracias, Cristina) . Para seguir, trajeron muchas risas sobre nuestra infancia que recordamos como una etapa preciosa, tanto por el cariño y dedicación de nuestros padres como por lo bien que lo pasábamos en general y también en el colegio Montealto. Todas coincidimos en que fuimos muy felices aquellos años. Recordamos también algunos apuros con las clases de latín y los exámenes. El "loco superior" no era tal, sino "un lugar desde lo alto"… Gracias a Sonsoles, que luego estudió Clásicas, aprobamos muchas. Uf, solo pensar en volver a hacer la EGB y el BUP tiemblo. Hicimos memoria de algunos viajes y del pabellón aquel abierto, modernísimo, donde tuvimos las clases a partir de los 70. Y, por supuesto, las profesoras: ellas son imborrables.

Es curioso, porque ningún catedrático o profesor de la universidad se me ha grabado en la memoria de esa manera. En cambio, tanto mis compañeras como yo seguimos recordando a Pili Martín Lobo, Ana Ruiz Caro, Pilar Benegas, Valery Douglas, Amelia Aller, Juli Mayor, Sara Valdés, Rosario Araneta, Belén Amuchástegui, Ana y un larguísimo etcétera a quienes estaremos eternamente agradecidas. La verdad es que éramos bastante buenas a pesar de las gamberradas que pudimos hacer, todas de una inocencia impresionante cuando las miras treinta y tantos (ejem...) años más tarde.

Fue una gran alegría estar juntas, reencontrarnos y saber que nos seguimos riendo por las mismas bobadas y por algunas nuevas. Y que, a pesar de la que está cayendo (quizás por eso), tenemos todavía mucho por lo que reírnos y queremos además hacerlo.

El tiempo ha pasado con todo lo que conlleva. No han faltado alegrías, tampoco tristezas. Pero como un brasero calentito, ahora que el frío arrecia, queda nuestra infancia, un regalo siempre. No hicimos nada por tener ese calor. Todo aquello se nos dio gratuitamente, blando mundo de inconsciencia gracias a nuestros padres, mantenido por ellos como pudieron. Fuimos niñas muy afortunadas y, por eso, hoy mujeres que echando la vista atrás se saben con mucha, muchísima suerte.

“Señorita, señorita… ¿puedo salir al cuarto de baño?, es que...” El babi azul de cuadritos, la cara de preocupación, ¿y si me hacía pis en clase?, ¡Qué vergüenza! “Bueno, vale, pero no te distraigas....” Y allí ibas a hacer pis, a toda mecha, a aquel cuarto de baño helador donde algunas fumaban a escondidas. Naturalmente ayer fumaron. Me lo preguntaron muy educadas y dije que faltaría menos, vamos.

PS: Los cuadros de esta entrada son de Mila Arizón, que vino desde Huesca donde vive en el campo y donde junto a su marido ha criado niños -ya casi ha completado esta fase- y ovejas y pollos.

miércoles, 19 de enero de 2011

Árbol (sin deadlines)



Árbol, no es cierto que crezcas en una delgada línea de tierra. Lo haces en el humus pardo de quienes te sustentan, suelo viejo y nuevo rico en nutrientes. Lo que lees, el amor de ayer y de hoy, todo es alimento, ancla fuerte. Escarabajos, ramitas, tus débiles hojas pudriéndose a tus pies, y esas sólidas y buenas de otros que se hacen más vida con el tiempo. Debajo de la superficie túneles de animales ciegos, hormigueros, restos de dientes, piel y pelo. Con agua, en lo oscuro, sin ruido, se pulverizan las piedras y las raíces se hunden más adentro.

Árbol, los anillos en tu tronco cuentan que sufriste un incendio, el año donde creciste menos y aquel en el que engordaste porque la temperatura fue buena.

Nudos rugosos en tu corteza, guaridas de ardillas en lo alto, o de serpientes y lagartos en tus huecos. Y dos aldeanos sentados a veces conversando a tu vera. Su merienda en el cesto -bocadillo de chorizo, vino tinto, fruta y chocolate con cacao al 70%-. Y un perro al que de vez en cuando le tiran un palo para que vaya y vuelva.

Árbol con ramas muy delgadas y desnudas, ateridas en este momento. Tus yemas engordan ahora muy lentamente. ¿Y qué? Es invierno. No hay prisa. Ya vendrán nuevas hojas verdes y pequeñas. O no. Nada es seguro afortunadamente.

Árbol abierto siempre a lo que venga, lluvia, sol y viento. El cielo es tu otro suelo definitivamente. Por la noche respiras. Con la luz de la luna llena de ayer creces.

Árbol: fresno, castaño, olmo, quejigo, haya, álamo, alcornoque, cedro, pino o hasta abeto, sauce, eucalipto, arce, acebuche, roble o almendro. Los mejores bosques no son los de una sola especie, ni sólo salvajes, tampoco domésticos. Ni selva ni huerto. Recuerda la fraga de Cecebre que te gusta tanto: expuesta es expuesta. No lo tomes todo en serio, no seas un triste poste de telégrafos. El centro de un árbol siempre está fuera.

Árbol, lee, escribe, vive, come, bebe, ama y reza. Y todo un poco más lento. No hay plazos ni deadlines. No hay línea ni delgada ni muerta. Tómate tu tiempo y tu silencio. Sé un árbol siempre.

jueves, 13 de enero de 2011

El solar de mi barrio (y maratón en las Tablas)



Hay en mi barrio un solar que tiene más de treinta años. En él estuvo un convento de monjas con sus jardines, el que alojó a la parroquia de San Fernando hasta que se edificó la iglesia en los 70 en otro lugar cercano. Luego se fueron las monjas, se tiró el convento, entraron las maquinas, aplanaron la tierra y la horadaron más tarde. Desde entonces sigue sin edificarse. Es un solar muy grande. Se dijo en su día que iban a poner el Ministerio de Asuntos Exteriores. No sé que habrá pasado.

Doy un paseo con Olimpia. Subo Padre Damián hasta la plaza de Madre Molas. El solar con sus vallas, “Prohibido anunciarse”, se abre con su hueco. Miro por una rendija. Me entra vértigo, me aparto. Pero la curiosidad me puede y vuelvo a mirar a ver si pasa algo. No se mueve nada, silencio. Reanudo la marcha. Rodeo el solar andando, vuelvo por Henri Dunant, por Qüenco, el restaurante de Pepa, luego por El telégrafo, el 5 jotas, y otra vez Padre Damián arriba, hacia el solar, y otra vez abajo. Una pena que continúe así, negro mordisco en el suelo, blanco espacio vacío en el aire.

El sábado estuve en las Tablas, un barrio nuevo en el norte de Madrid. La parroquia está en una barraca, decente, pero barraca, en medio de otro solar, éste pequeño. “Iglesia en construcción” casi, como en internet cuando una página se está montando. También así empezó mi barrio hace casi cuatro décadas. En las Tablas hay edificios impecables, avenidas grandes, bares y negocios que se abren a pesar de la crisis y un par de mimosas que descubrí andando. Ahí están, como un testigo de cuando aquello fue campo. No las han plantado ahora, están de antes. Las pude fotografiar en marzo del año pasado a reventar. Todavía no han florecido, hay que esperar unas semanas. Dependerá del calor que nos haga.

Hoy luce un sol fantástico en Madrid, ayer 15 grados. Las mimosas estarán engordando y las lavanderas, que son pájaros chicos, de color gris, blanco y negro, que mueven mucho la cola, y que andan siempre cerca de un charco, a veces hasta en las ciudades, deben de estar al sol en alguna parte.

Han montado en las Tablas los de Go fit, una cadena de gimnasios, un maratón solidario para el 23 de enero, sólo 5 kilómetros, no es demasiado. Vi el cartel en la parroquia, pero aquí puede uno apuntarse. Está bien que a todos los que nacieron antes del 95 les metan en el mismo saco deportivamente hablando. Pensar que alguien que nació en el 61, por ejemplo, puede correr en la misma categoría que alguien que lo hizo 34 años después, anima mucho, da esperanza. Que es lo último que se pierde, como todo el mundo sabe. Vamos, que no se pierde, y menos en un día soleado. Me he llevado una alegría muy grande y varias pequeñas esta semana, la vida marcha. Esperanza, paciencia y constancia, las tres son importantes.

PS: Acabo de quemar las alubias. Y van siete veces que me pasa en los últimos meses. Si escribes -o lees, peor-, no cocines mientras lo haces. O ponte un despertador que avise. Menos mal que no he invitado hoy a nadie.

martes, 11 de enero de 2011

"Si es romántico, pregunta el precio..." (La vida es bella, 1)



Nochebuena en casa. Conté mal, mejor dicho, contamos mal tres mujeres que se supone que estamos en nuestros cabales y sabemos contar. Pues no, un sitio de más, un lapsus quizás, el espacio no ocupado y que no llenará ya nadie. Compartimos mesa y mantel familia y amigos, catorce sillas, tres niños y diez adultos.

Alguien nos habla de un lugar maravilloso en Oporto, un pequeño hotel, "Poema de Amor" se llama. Nos da la dirección, describe el entorno, da detalles. Y dice que es muy romántico. Un breve silencio, se oye un suspiro, o dos. Siempre está bien esta información, por si acaso. Aunque la posibilidad sea francamente muy remota, nunca se sabe.

Y entonces interrumpiendo ese momento tan mágico dice uno de mis hermanos, “pues si es romántico, pregunta el precio antes…” Nos reímos todos.

Es cierto, ¿por qué el romanticismo sale a veces tan caro? Ay, Dios mío, qué difícil es a veces casar la poesía con los gastos.

En todo caso sigo pensando contra lo que popularmente se dice, y aunque no deba generalizarse, que los verdaderos románticos son los hombres. Sé que es raro, pero cada vez lo creo más, para pragmáticas, las mujeres.

Recuerdo una entrevista de hace años con Rosamunda Pilcher, autora de novelitas románticas. Venía a decir que ella escribía para que las mujeres se entretuvieran un rato con esas historias y luego siguieran adelante con todo, niños, casa, marido, trabajo, etc.; que su éxito radicaba en eso, un poquito de evasión inofensiva, que luego hay mucho que hacer. Me hizo gracia Rosamunda, vivendo allá en Escocia y teniéndolo tan claro.

domingo, 9 de enero de 2011

En busca de María Blanchard

Hay proyectos que tardan en madurar. Llevo dos años casi documentándome sobre María Blanchard. Me falta hablar con determinadas personas, a ver si puedo. No sé con qué fin, la verdad. Pienso a veces en una novela en dos tiempos, hoy y entonces, otras en un ensayo o en una biografía. Leo, recojo información, tengo una caja de cartón y otro archivo en mi ordenador donde voy dejando documentos e imágenes de cuadros. Y hago listas: frases suyas, personas que trató, cuadros con título y año en que lo pintó, necesito ver las épocas, conocer qué han escrito sobre ella (no puedo hacerme con todos los textos importantes, voy a poco a poco, algunos tienen más de 70 años). También empecé, como Perlado me dijo, con apuntes, notas, esbozos, retazos de lo que voy viendo o leyendo bajo títulos que pongo que van por parejas o por temas o por extraños encabezamientos. Tengo anotaciones mías de ideas, frases, pequeños párrafos inconexos todavía, retalitos parecen.

María y Diego Rivera en Goya 27. Aprendiendo con Sotomayor. Aprendiendo con Anglada Camarasa. “La bruja, la bruja”, así le gritaban por ser jorobada por la calle. Profesora en Salamanca por poco tiempo, irrespirable esa España tan bestia. Juan Gris. Lothe. Liptchiz. Fuera Gutierrez Cueto, solo Blanchard. Cubismo humano. Luego distinta, española siempre. Si no fuera por su ternura hubiera sido muy negra. Sus maternidades tan esféricas. Los niños omnipresentes. Y esa niña de primera comunión rígida, tan real, tan por fuera, luego he descubierto que hay varios cuadros, uno el original, otro la réplica que ella misma hace. “No, no, es mejor la belleza”, contestando cuando le hablaban de su talento. Su vestido de colores, de cuadros, el arreglo extraño. ¿Viajes? Sé que viajó, pero no encuentro documentos. París, frío y hambre, pobreza. El taimado Rosenberg. El rey Gustavo de Suecia. “¿Por qué hacerlo”, la frase del dominico confesor cuando ella quiso dejar la pintura. Acogiendo a su hermana viuda con hijos en París. San Tarsicio, el poema de Claudel. El “Pintaré muchas flores” que dijo a su muerte. Tantísimos cuadros, trabajó incansablemente.


No sé qué cómo voy a hacerlo. Pero me lo estoy pasando muy bien. Es una pintora tan buena y una persona tan admirable, que solo aprender sobre ella me basta por el momento. A veces explorando sin saber muy bien por dónde se acaba por encontrar la palanca, el punto de apoyo de un texto, de un personaje, de una historia, el enfoque, el formato. Veremos. Si no, no habré perdido el tiempo.
(La foto es de María Blanchard con Jaqueline Rivière, discípula suya. El cuadro es "Niña del brazalete", 1922-23)

viernes, 7 de enero de 2011

Ya queda poco (Detective en invierno)

Hizo una temperatura estupenda ayer en Madrid. No parecía enero. Ya la madrugada de Reyes oí a los gorriones armando un pequeño follón en el patio. Pero hoy han sido los mirlos en mitad de Padre Damián a eso de las cuatro de la mañana, calculo.

De camino a casa de mi tía L. le dije a P. ayer que debo de ser optimista, que noto a los días ya más largos. De hecho, me comentó él, lo son. O sea, no es optimismo, es realidad, qué bien. Me gustan el invierno y el campo, el de verdad y ese que llamo urbano, en esta estación. Pero ando siempre a la búsqueda de pequeñas señales de lo que vendrá.

Se me ha olvidado preguntar a Suso, que vive en Galicia, si las camelias están ya en flor. Sé que son las primeras, luego lo harán las mimosas, si no recuerdo mal. Quiero tener una cadena de corresponsales por toda España que me cuenten qué hay de nuevo en el campo y en la ciudad, voy a proponérselo a unos cuantos. Acepto a quien se ofrezca, no hay salario de por medio, solo la buena voluntad.

Queda mucho frío y viento en Madrid, el primer trimestre del año suele ser agotador por trabajo y esos cambios bruscos de días brillantes, sin una nube, a otros húmedos y tristones donde no se ve apenas el sol. Pero no pasa nada, la luz ya creció. Hay que esperar y disfrutar de cualquier signo de la propia estación -no todo es feo en lo invernal- y de lo que llegará: los mirlos de hoy estaban discutiendo acalorados, de fondo una música de bacalao del coche de alguien, eso sí que es un verdadero horror.

Hago cocido para un regimiento con la esperanza de que vendrán a comer el sábado. Pero no tengo hierbabuena, vaya por Dios.

martes, 4 de enero de 2011

El tupper


Algún día los arqueólogos del futuro dentro de 200 o 300 años estudiarán el tupper, ese recipiente donde los humanos del mundo desarrollado guardamos comida en la nevera o en el congelador en su caso.

Los primeros tupper que yo recuerdo en los años 70 eran de un plástico horroroso que se limpiaba fatal. Si lo metías en el lavaplatos, el material se quedaba rígido como la mojama, estropeado, y, si lo lavabas a mano, frotabas y frotabas y no quedaba bien. Siempre había como una resto de grasilla o de algo.

Luego la cosa ha ido mejorando y sofisticándose. Hemos pasado a tupper específicos para que se puedan meter en el microondas y en el congelador, señalando incluso cuándo congelaste aquello. El propio recipiente tiene unas manecillas para poner fechas o permite meter una etiqueta o escribir en algún lado. Es impresionante la tecnología aplicada del tupper.

El tupper es símbolo de algo, no sé muy bien de qué. "En esta casa se cocina y se guarda”. “En esta casa no se tira nada.” Y luego la variedad de tamaños y formatos, que indica las épocas por las que pasó la casa: tupper chiquititos de porciones de puré de niño para ir calentándolo, tupper de 5 litros para caldos de familia, tupper de soltero o soltera donde a veces se guarda esa comida que la madre da por si acaso, tupper siempre variados que se acumulan en los armarios, que se acaban dejando en casas de amigos o familiares y nadie sabe ya de quién es ese tupper que no pertenece al juego original. Los nuestros son amarillos y cuadrados, éste es azul y redondo. ¿Quién se lo dejo?, ¿quién lo trajo? Nadie lo sabe.

No hay comparación entre guardar algo en un tupper o en un cacharro abierto, sin tapa, con un papel albal metálico o de plástico que siempre acaba por levantarse. Eso sí, a veces, si te descuidas, un tupper envejece en la nevera, en un rincón, y claro, no hay posible esperanza. Lo abres y tienes que tirar su contenido. No hay milagros pese al tupper, solo una conservación un poco más larga, pero la eternidad no está a su alcance.

En muchas familias, en muchos hogares, el escudo de armas moderno debería hacerse sobre campo de tupper, que no de gules, y luego quizás la leyenda de “por si acaso”, “nosotros guardamos” o algo similar. Viva el tupper.

lunes, 3 de enero de 2011

Mi familia (mudanzas y abrazos)

Mi familia son mis padres, mis dos hermanos y mi hermana. De los habitantes de Padre Damián la mitad viven ya donde dicen que hay muchas moradas pero, a Dios gracias, ninguna mudanza más. Forman parte de ella quienes no están unidas por la sangre y están ahí, ayudando siempre como hermanas. También mis dos sobrinos carnales, beso y beso (uno es mi ahijado).

Tengo una familia más amplia con cuatro abuelos, tres tíos y una tía fallecidos antes de los veinte años, los hermanos de mi madre, los de mi padre y con quienes se casaron, y una tía monja de clausura en la Toscana (gracias a ella seguimos adelante, es casi centenaria).

Mi familia cuenta con innumerables primos por ambos lados. Risas, juegos, veranos, Navidades, bodas, hijos, trabajos, antes conferencias telefónicas y telegramas, ahora skype y móviles, y, cuando nos vemos, algún “Y tú … ¿de quién eres?” combinado en su caso con un “Y tú… ¿quién eres?” Es lo que tienen los dos árboles que me cobijan, que son muy grandes.

Mi familia son casas puestas con mucho cariño donde nunca falta un plato y una cama para los invitados, se saca de dónde sea. De Valladolid o Zaragoza pasando por el País Vasco a Madrid, luego extendiéndose por España, y hasta en Nueva York, Alemania o Reino Unido tenemos ahora a alguien.

En mi familia hay incontables alegrías y no pocas dificultades, problemas serios, también enfermedades, roces, porque nunca faltan, y desde luego que lágrimas. Hasta negra oscuridad que parece que todo lo traga, para acabar siempre con una luz amable: fortaleza, esperanza y amor a prueba de bombas nucleares.

Mi familia son ojos azules, verdes o pardos, algún pelirrojo, muchos rubios, otros morenos, es muy variado. Contamos hasta con calvos, con gordos y muy flacos, con ancianos, con bebés de pecho, con niños, adolescentes, jóvenes, treintañeros, cuarentones, cincuentones y sesentones, con amas de casa y médicos, con profesores, enfermeras o militares, con guardias civiles, ingenieros, abogados, empresarios, y, por supuesto, personas a la búsqueda de trabajo (todo esto de ambos géneros, nosotros no declinamos). Y con gente muy rara que no se sabe muy bien lo que estudia o hace.

Mi familia son los que estamos aquí y los que ya están en la montaña gozando de un merecido descanso. Aunque en algunos casos va a ser difícil incluso en presencia del Padre y de los ángeles. “¿Qué más puedo hacer yo ahora por quienes dejo abajo?...” Pues esto y luego lo otro: una caricia de mujer, de madre y abuela, de hermana. Y otra, y otra, y otra desde lo alto.

En mi familia hay personas de las que no sería justo decir que son o que fueron buenas, como señaló alguien. Para ellas no hay palabras, solo abrazos.

Mi familia es definitivamente algo muy importante: cálido amparo y ejemplo callado.