Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Blanca acompañada


Murió esta semana Blanca Suances, una de las muchas viudas de esa casa que ya he descrito: casi todo mujeres solas. Blanca, además, era viuda sin hijos. Cuando su marido se le adelantó, ella se quedó muy triste. Estaban muy unidos Santiago y ella. Y siguieron así en la distancia, ella desconsolada, echándole mucho de menos .

Ha vivido todos estos años, creo que casi veinte, ya sin muchas ganas, animada por Machús, su hermana pequeña, que ha estado pendiente de ella. Salvador, Pilé, sacerdote, otro hermano de ambas, murió hace unos años. Creo que era el último de los chicos Suances. 

Blanca era especial y tan buena como su santo esposo, que era de los de altar. Machús la liaba un poco, como me ocurre a mí con mi madre: "que no te pongas ese traje del año pun", "que te cambies", "que te arregles".... No lo hacemos por molestar, sino por animar, aunque podemos llegar a ser muy pesadas.

Machús tiene uno de los secretos de estado mejor guardados: su edad. Y otro todavía mejor: no he visto mujer más alegre y mas divertida. Esa sí que da abrazos que te tumba y te deja sin aliento, ¿qué tendrá por dentro que es así, incombustible?

Blanca, lo siento, pero me he chivado todos estos años a Machús cuando te ponías el traje aquel de chaqueta de los años 60. He sido yo, te lo confieso, ahora que estás en el cielo y que no puedes enfadarte. Si te veía con él, y luego a tu hermana, se lo decía:  "Machús, tu hermana Blanca se puso otra vez ese traje, que lo sepas". Y luego ella iba y te reñía. Ay, qué mal, qué remordimientos.

Blanca no quería salir mucho, no se animaba, quería estar en su casa. Venían sobrinos a verla, la sacaban también. Ha tenido muchos, habían sido 11 hermanos creo. Y ella se resistía levemente, suave, como era  Blanca, delgadita, pero firme.

Un día de calor horroroso hace un par de veranos me dijo que ella donde estaba bien era en su casa, que les agradecía mucho a todos todo, pero que no, que no quería tanto lío, que se aturdía. Carmen y otras vecinas han estado pendientes de ella, acompañándola a misa cuando ya era un suspiro. Blanca se ha ido quedando transparente, todavía más blanca.Una Blanca cada vez más blanca. 

Cuando mi madre me dijo que había fallecido pensé que por fin estará acompañada.

Nunca más sola, Blanca, nunca más. Con Santiago por fin, ¿eh?, tú siempre con tu marido al lado has estado y estás, pero ahora más. Un abrazo, Blanca,  y no me tengas en cuenta lo de chivarme, por favor te lo pido.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Lo que es (Ulises y las sirenas)



Leí esta semana “Ulises y las sirenas. El dilema de la infidelidad” de Jesús Cotta Lobato. Vaya por delante que mi idea sobre la infidelidad estaba más próxima al adulterio, todo muy dramático y serio, como de Valladolid o Rusia. Algo así como Ana Karenina, mal final y mucho sufrimiento en todo el proceso y encima un lío habitualmente horroroso. Podría haber tenido otro enfoque del cuerno (así lo llama Jesús, cuerno), más festivo o ligero, algo parecido a “La venganza de don Mendo”, pongo por caso, o a los vodeviles de antes, donde siempre había un hombre en el armario al que cantaba la Carrá y el marido era el último que se enteraba para regocijo general.

Pero no, qué se le va a hacer, era el primero. Así que empecé a leer no muy convencida, la verdad sea dicha, “Ulises…” que me regaló el propio autor. Claro está que, por otro lado, estaba convencida de antemano de que Jesús, que pone todas las mañanas en su blog una sonrisa y un pensamiento, ambos, no podía haber escrito algo que no tuviera peso y a la vez humor, también porque Topicario me encantó. Y soy fan de Cotta, sí, lo soy ¿qué pasa?

Lo primero que me gusta del libro es que queda claro que un cuerno es lo que es: tonterías, las justas; rodeos, los menos. Hay en general diversas servidumbres que nos hacen llamar por otro nombre o explicar de otro modo (justificar, autojustificarse también) lo que algo es, también lo que somos: humanos, ergo débiles, así que ángeles sólo en el cielo. Cotta, que es filósofo, parte de lo que es un cuerno para mostrar que ese ser puede ser a la vez visto desde múltiples posiciones, situaciones y hasta opciones. Sin perder la referencia continua a ese ser, deja claro que conviene no equivocarse con lo que “debería ser” algo, (o alguien), ni tampoco con lo que a nosotros nos gustaría que fueran las cosas o las personas, uno mismo también, porque quedaríamos mejor o sería todo  más fácil o menos doloroso. Teorías pocas, vamos, vayamos a lo práctico pues.

El dilema de Roque y Cabo de Gata ya te deja ko con 8 alternativas, 8, que tiene el sujeto en cuestión, desde poner el cuerno con todas las de la ley (es un decir) hasta quedarse tranquilamente (es otro decir) en su casa y no irse con Auxi a ninguna parte. Realmente sorprende esa amplitud y hasta toda esa reflexión que puede llevar cualquier tema en cuanto uno se pone a pensar, hasta la posibilidad de un cuerno, qué barbaridad. El segundo capítulo centra un poco más el campo de juego, Ulises y Penélope, los tipos de fidelidad y los grados de infidelidad. En fin, Roque lo tiene todavía más complicado, o no. Qué lío es esto del lío. El tercer capítulo es ya tronchante con los once tipos de amantes que Cotta define como socrático, aristotélico, sofista, platónico, epicúreo, cristiano, cartesiano, kantiano, schopenhaueriano, nietzscheano y el posmoderno. Reto a quien lo lea a no sentir esa punzada de aviso al leer algunos rasgos en los que no querrías caer de ninguna manera. “Mira que si al final soy nietzscheano para ti …”.

El capítulo cuarto y el quinto entran ya en la materia del qué pasa después del cuerno y es donde Cotta no es que recoja velas, es que sigue con lo que es el cuerno, pero no ya desde la posibilidad y la consumación, sino en los efectos posteriores en las partes implicadas, bueno, no en todas, sólo en la pareja (al amante ocasional lo deja fuera, interesante). Y en los afectos, en el amor de la pareja (no confundir con amorrrr, que es otra cosa, lo explica muy bien en el prólogo). Si los anteriores te divierten, estos dos últimos capítulos y el epílogo emocionan.

Jesús Cotta tiene una mirada propia, original, divertida, honda y a la vez muy fiestera: tiene gracia en todos los sentidos del término. Pasa de correcciones políticas o de ortodoxias conservadoras o progres, algo que se agradece mucho. Lo que dice además lo dice siempre de modo amable, una suerte y una envidia. Así que se aproxima a la infidelidad muy libre y muy ligero con el resultado de un ensayo donde se oye la flauta y las pisadas del fauno, pero también la del filósofo que va poniendo orden y concierto con humor y sin dar nunca La vara. Y sobre todo, la del convencido de que el amor es entrega siempre imperfecta y con caídas diversas, porque así somos los humanos, o sea, la voz y la mirada del cristiano. A eso llamaría yo ser cottiano o cottesco, a ser libre, fauno, alegre,  divertido, filósofo o explicador de cosas y a la vez tener una mirada cristiana por dentro y por fuera, o sea, amable. 

Sólo una advertencia: conviene no leer “Ulises y la sirenas” en el metro, el autobús o en la espera del médico, se llama la atención mucho riéndote, mejor leerlo en casa tranquilamente, pero hagan lo que quieran.

PS: Si yo estuviera en Sevilla hoy iría a la presentación del libro, no me lo perdería, es a las 7.30. Un abrazo al autor y en fin, nos hemos ganado hoy la mano de la susodicha, Cotta, espero.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Mucho de todo


Fui el sábado a la exposición de Rodchenko, el fotógrafo de la revolución rusa , en la Fundación Canal, al lado de Plaza de Castilla en Madrid. Me impresionó su modernidad, esas fotos de arriba abajo y de abajo arriba, en diagonal también, las nadadoras tan atléticas, los niños  en esos grupos sin padre ni madre al lado, los objetos y las máquinas, los paisajes urbanos tan desolados. De lo mejor que recuerdo, la foto de su madre leyendo a los 50 años, edad a la que aprendió a hacerlo. Pero lo que más me gustó casi fue una chica que no superaba los 27 años que estaba haciendo una visita guiada para familias con niños menores de doce años. Estuve a punto de pedirle que me dejara participar en el taller, me daban envidia los chavales haciendo un fotomontaje al final y aprendiendo tanto. "¿Puedo yo también?" Me paró mi amigo, no me dejo sumarme. 


Salimos y comentamos la gran variedad de todo que hay hoy, de lo bueno, muchísimo, de lo malo, también. Para niños hay en la actualidad 300 cosas con las que hace 30 o 40 años no contábamos. No digo que todas sean buenas o interesantes, pero creo que los niños hoy, como también los adultos, tenemos a nuestro alcance muchas posibilidades de aprender, de disfrutar, de acceder a cosas que antes, para nuestros padres y abuelos, eran mucho más complicadas o a las que podían llegar muchas menos personas, me parece. 

El problema es que hay tanto bueno como malo y no sólo malo, perverso. De todo hay mucho hoy, de malo y de bueno.

Al final tenemos unos instrumentos técnicos de gran calidad, por ejemplo, la televisión, ¿para ver al final a Belén Esteban, Maria Teresa Campos o un horror de telenovela? El mismo instrumento, la misma herramienta, te hace conocer cocina mexicana, una gozada, o un documental interesantísimo sobre los cátaros. En internet igual: puedes entrar en el British Museum y ver cada objeto con su historia o bajarte pornografía o el horóscopo de la semana. No será por falta de posibilidades.

Cuando dicen que la cultura es cara creo que no es cierto. Hay más bibliotecas que nunca, por lo menos en Madrid acceder a ellas no es complicado, pongo por caso. Pero hay también exposiciones estupendas, museos al alcance de cualquiera, días del espectador, descuentos. Honradamente no creo que sea siempre cuestión de precio. Los teatros en Madrid están lleno de viudas y mujeres de asociaciones vecinales que los llenan muchos días. Gracias a esas mujeres el teatro se mantiene en esta ciudad. Otra cosa es que se tenga tiempo más que dinero, todo necesita su tiempo... y no perderlo con otras cosas. A veces ni siquiera tienes tiempo libre entre unas cosas y otras.

En naturaleza igual, el otro día me comentaron unos amigos lo que hicieron el día de las aves, el 4 de octubre, con sus hijos: una ruta identificando pájaros y pasándoselo fenomenal. Hace un año fuimos a montar en burro en la sierra de Madrid y nos sentimos como pioneros en Alaska, niños y adultos.

No sé, el tema es poder y saber elegir, hacerlo bien dentro de la gran oferta actual.. También es posible que sea conocer lo que hay, que hay mucho de bueno. Y el fundamental: no perder el tiempo con lo que no vale la pena, que es también mucho, demasiado a veces y  muy voceado. 

Los primeros lunes de mes quedo con un profesor que me corrige los textos que le he ido mandando. Me ha aconsejado que para escribir mejor lea de dos modos, uno, buscando las costuras de la  buena literatura, la puntada, el hilo, el corte, el frunce o el dobladillo del buen artesano (¿cómo hace este autor esto?, ¿cómo se consigue la intriga, el misterio?, ¿por qué esta trama funciona o este personaje?); otro, disfrutando. Le había comentado que si buscaba la puntada no disfrutaba nada. Le hice caso y le conté que algunos autores contemporáneos que me gustaban me han dejado de gustar o no me gustan ya tanto. Veo que son a menudo elementales, previsibles, dos por dos. Me contestó muy serio (él es serio, pero no grave): "Claro, por eso no puedes perder el tiempo, tienes que leer más y sólo de lo bueno, de igual modo que no ves una telenovela en la tele, no te puedes poner a leer determinados libros solo por curiosidad".

En ello estamos, a ver si no pierdo el tiempo con novelas infumables ni caigo en ellas. Lo malo es que para dormir leo a Rosamunda Pilcher, no sé si contárselo. Necesito a veces entretener la mirada, la cabeza o el corazón, luego sigo con lo serio, vida y literatura, pero de vez en cuando necesito un descanso, cierta dispersión o relajo. 

martes, 24 de noviembre de 2009

God save the goat


Estuve en Málaga el martes pasado. Me quedé en casa de unos amigos en mitad del campo. Son profesores y tienen 4 hijos, dos de ellos mellizos, niño y niña, de 4 años, el mayor de 11 años, la siguiente, pizpireta, de 9, además una abuela santa (ejem) y una perra que está loca. En el último mes han incorporado una cabritilla, les vino casi dado. El cuadro es de comedia británica pasada por el sol, algo de “Entre limones”, el relato del batería de Génesis instalado en las Alpujarras, con ciertos toques de Durrell de “Mi familia y otros animales”, y la elegancia de fondo de Nancy Mitford de “Amor en clima frío”. Aquí de amor mucho y con más luz,  muy acogedor. Vamos, al final el panorama  es español y muy andaluz, con su alegría y gracia, todo atravesado en cristiano.

Creo que estoy acostumbrada a convivir con niños y padres aunque sea por temporadas cortas, pero el modelo de madre que no grita un día de diario me era desconocido. Las madres gritan por las mañanas, ¿no?, unas más y otras menos. En este caso ambos, padre y madre, son dos balsas de aceite: 6.45 a.m., 4 niños, desayuno, salir para el cole, pero ellos calmados, a lo que hay que estar sin una voz más alta que otra, ¡sonriendo! Y más, estamos por la tarde en casa y llega la hora de baños infantiles  y de cenar. Pienso ingenuamente “pues ahora tomaremos algo sencillito porque hay ya mucha faena”. Pero dice Mirna “Voy a hacer pasta”. Y se pone a hacerla tan contenta, pero de  la fresca, y luego el pan, también  hecho en casa. El rey iba cociendo la lasagna, bañaron a los chavales,  cenamos con tranquilidad. Todavía estoy con la boca abierta, vaya logística que despliegan, ni la sexta flota,  pero ellos de incógnito. 

Hice una reverencia a la abuela al llegar, de rodillas le ofrecí un perfume como si fuera el niño Jesús y yo un rey mago. Cede su cama cada vez que voy y hay que hacerle la pelota. Pero no hubo manera, es insobornable. Me dice con retintín que le estoy cogiendo mucha afición a la casa de campo. Debe de temer que vaya a ser como Serafín Latón, el que se queda en Moulinsart y Haddock no se lo puede quitar ni con agua caliente. Maldición, al senado no hay quien le engañe.

Di el biberón a la cabra que no tenía más de 15 días, una monada, nada que ver con las adultas  que se gastan una mala leche de espanto, nos las deberíamos comer a todas antes. Bueno, no, a esta Beni (Bienvenida), que así se llama, la van a indultar, quizás siga siendo buena. Aunque luego apareció un hermano del rey que dice que si hay que liquidarla él mismo se encarga. Era simpático y original el verdugo potencial. Tuve que sacar mi cuaderno para tomar nota de su hablar, ahora sé hasta malacitano. También estuvo más gente por la casa, y eso que está alejada: una chica preciosa, una madre de parar la circulación y un padre que tenía pinta de hacer lo que hacen los hombres buenos que conozco: lo que pueden.

Los hombres buenos creo que son los que hacen lo que buenamente pueden. Y suele ser bastante, aunque a veces en algunas casas, no en ésta, aclaro, les dicen que no es lo suficiente, pasa.

El último día nos fuimos a cenar fuera Mirna, el rey y yo. Se nos acercó un negro muy negro, musulmán era, vendiendo relojes, y nos contó que tenía una hija de 14 años que había dejado en su país. Acabé explicándole yo, porque me lo preguntó, mi vida sentimental. El alcohol es que es muy malo, hablas más, te ríes, lloras, cantas o te duermes sin remedio. Luego nos intercambiamos mutuas intenciones de oraciones por  propios y ajenos, nada de alianza de civilizaciones, más bien acogimiento de corazón y alma que es más español y humano. Mirna y yo luego llorábamos y el pobre rey ahí en medio debía de preguntarse qué había hecho él para estar entre aquellas dos lelas con lágrimas y posiblemente una copa o dos de más. El negro también se marchó emocionado diciendo que a ver si nos encontrábamos de nuevo, angelito (negro), santo varón, santo, que diría Tip, q.e.p.d.

En fin, que todo fue un poco surrealista, empezando por la cabra que han adoptado. “God save the goat," “Long life to the goat”, lo que sea, pero, por favor, que la salven. Pues eso, me lo he pasado genial, odio los hoteles cuando voy de trabajo y se lo agradezco mucho. Me hacen mucha gracia porque la tienen a raudales.

PS: La canción de Calamaro es muy poética, lo de duermen los niños y tal... pero lo cierto es que los niños pequeños a veces no duermen  ni dejan dormir a sus papás, que con santa paciencia no cantan lo de Calamaro sino que se aguantan y al día siguiente son capaces de ir a trabajar. Unos fenómenos, oiga Vd. 

lunes, 23 de noviembre de 2009

El senado que beba y coma lo que quiera


"¿Cómo va el senado?" "El senado bien, ya sabes, sigue adelante con sus achaques..."

En mi familia el senado son los ancianos porque "los mayores" somos ya esta segunda generación que vamos en camino de ser la primera, algo que no me gusta nada.

El caso es que nuestro senado tiene dignos representantes porque aunque hayamos perdido a mi padre y a varios tíos, tenemos octogenarios, madre, tías, tíos, amigos también de unos y otros. Hay que cuidarles, digo yo, al menos por todo lo que nos han aguantado, que no es moco de pavo: pañales, bibes, ecuaciones de segundo grado, adolescencias de esas de meternos a todos en un armario, y tirar la llave, estudios, primeros trabajos, silencios de hijos que ellos tanto han respetado, cambios de humor, de estado civil, lecciones que hasta llegamos a darles. Somos a veces de traca con las mejores intenciones y cuando somos buenos, peor cuando somos malos, que podemos serlo. Los hijos somos un rollo a menudo y no vemos más allá de nuestras cortas o largas narices.

Hoy me tocó senado porque llevé a mi madre y a su hermana a ver a una pareja de amigos, los C. Ambos viven en una residencia de esas que tienen en vez de habitaciones pequeños apartamentos y luego llos servicios de lavandería, comedor, cafetería y capilla en común.

"¿Qué van a tomar los señores?" No doy crédito, una camarera que habla de Vd., que sonríe, que es amable ... Ay, yo quiero que me traten así cuando sea (más) mayor, me gusta esta residencia...

Mi madre pide un Martini tan contenta, mi tía, más moderada, un vino tinto, A. un jerez y G. un gin tonic al que me apunto también. Luego mi tía, que es buena, dice "quizá tu madre no debería tomarse un vermut". Me río y me acuerdo de un primo mío, de más familia, somos todos partidarios de que llegados los 80 años (incluso bastante antes) hagas lo que te salga de un pie siempre que no suponga peligro público o daño inmediato.

Tengo prohibido a mi madre que se suba a las escaleras de mano a cambiar bombillas o poner mantas en un altillo, también bañarse con el pestillo echado. Me obedece pero poco y cualquier día tenemos un disgusto. En cambio la bebida me parece una tontería desde hace dos años, cuando me entró un ataque de sentido común y realidad. Pues sí, mientras no se líe un porro delante de los nietos -que no va a suceder porque mi madre no ha fumado nada en su vida- creo yo que llegada cierta edad es para fumarse lo que quisiera, beber lo que le apetezca y de cualquier graduación y ponerse doble ración de mousse de chocolate, fabada o cochinillo si fuera su deseo. Y que la medicación que lleven ya puede decir misa en el prospecto que me es igual: mírales qué guapos y cómo siguen aquí mezclando alguna pastillica y sus 2 copas diarias, ¿qué va a pasar, por Dios? Nada, y si pasa, pues que pase.

He tirado la toalla de la dieta y la bebida, no por nada, creo que llegar a los 80 merece vivir lo que Dios quiera con calidad de vida. Es decir, sin amargarse y disfrutando. Para pensar en el colesterol ya estamos yo y mi cuerpo y los de otros cuarentañeros que nos cuidamos, el de mi madre y sus coetáneos no han dado ningún mal resultado: no se ponen enfermos casi nunca, tienen sus lógicos achaques, faltaría más, pero por Dios, que gocen lo que tienen y la comida y la bebida no van a ser un campo de batalla.

Lo importante: no darles disgustos y todas las alegrías posibles, aunque a veces discutamos, ay, Dios. Una madre que no discute con una hija es algo raro o viceversa, me parece. La discusión también mantiene vivos ¿no? Voy a proponer un estudio al respecto a cualquier universidad americana, lo necesito.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Aquellos internados, Guillermo y los proscritos


Muchas niñas de mi generación, las que lo éramos en los años 60 y 70, adorábamos a Enid Blyton tanto en la colección de Los Cinco o la de Los Siete Secretos como en la de los internados, Torres de Malory o Santa Clara.

Aunque todo ello nos quedaba lejos (¿qué era eso del jengibre?, ¿y el cobertizo? muchos nombres extraños...) lo cierto es que devorábamos los libros hasta los doce años, más o menos. Luego ya pasábamos a palabras mayores u otras palabras.

Supongo que hay algo en los libros de Enid que atrapaba. Lo de resolver misterios era estupendo, y también lo de tener los padres un  poco lejos, incluso aunque les necesitaras mucho. Se sentía como una secreta esperanza y, a la vez, temida, algo extraño: os quiero, pero ¿cómo sería mi vida de niña independiente y sin vosotros tan cerca? Eso era un internado, algo terrible que no querrías pensar ni en broma, que te horrorizaba, y a la vez algo que te atraía como un imán. Como trabajar en un circo o que te raptaran los gitanos. Coexistía el miedo con la fascinación en el fondo del corazón de liarse la manta a la cabeza e irse a ver mundo con unos o con otros para volver después y contar lo que habías visto y vivido. 

Luego estaban los libros de Guillermo que mi padre nos los tenía algo racionados. Pensaba que Guillermo nos daba ideas ... malas, medio en serio medio en broma ... "Ya está bien de Guillermo, ahora otro..."

Y era verdad. Guillermo sí era demoledor. Richmal Crompton no era una solterona inglesa tímida, sobre ella y otras leí el año pasado Ellas solas, que me apasionó (justo lo contrario a ese otro "Solas" totalmente infumable de Carmen Alborch, un verdadero horror de libro y "tesis", un espanto.)

Richmal fue de esa generación de mujeres que se quedaron solas al morir sus coetaneos en la primera guerra mundial y que tantas cosas hicieron, vidas siempre interesantes y llenas, productivas, para otras el victimismo y la queja, la autocompasión que no lleva a ninguna parte.

Tenía la Señorita Crompton mucha gracia y pintó un personaje tronchante que se reía de su hermana eternamente en babia y de su hermano, un pollo bien inglés y, de paso, del resto de ese pequeño mundo burgués británico donde lo único de valor que se podía ser era eso: proscrito. Guillermo y los proscritos.

Ser proscrito era algo así como ser gamberro, que era lo que mi hermano pequeño quería ser de mayor, ser gamberro para mearse en los coches. Eso es lo que hacían los gamberros en los años 60, algo que atraía mucho a un niño de cuatro o cinco años. Bueno realmente quería dos cosas Paco, ser gamberro y  también feliz, así lo decía cuando le preguntaban qué quería ser de mayor.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Los chinos, una vuelta por Asia y algo de Centroeuropa


Otra cosa que leíamos mucho allá por los años 70 era Pearl S. Buck, sin parar. Nos impresionaban mucho las costumbres chinas y entre ellas la de la dominación masculina. Nos parecía muy raro e interesante todo: los pies chiquitos por la costumbre brutal de vendárselos, las  vidas tan duras de todos y aquellas mujeres sin decir esta boca es mía, tan calladas.

Luego también se puso muy de moda el Tibet y eso del tercer ojo. Me acuerdo de los libros de Editorial Áncora y Delfín, ¿o era Destino?, no sé, la misma que Delibes, leíamos mis primas y yo a Lobsang Rampa creo recordar. Más de una noche tumbadas en nuestras camitas intentamos una prima mía y yo lo del viaje astral concentrándonos muchísimo en ello. Nunca llegamos muy lejos porque nos entraba o la risa o el miedo, así que volvíamos al cuerpo propio si es que alguna vez estuvimos fuera de él.

No había muerto Franco todavía, mi abuelo materno tampoco, recuerdo que la palabra "liberal" era terrible en algunos ambientes, como alguien de quien no fiarse jamás. Yo pensé toda mi infancia que un liberal era alguien divertido pero habitualmente un frescales y políticamente un crítico, un opositor del franquismo pero sin el pelo largo o la zamarra de combate de otros, con un estilo como más de señorito. Un pariente mío tuvo una discusión considerable con su padre al que adoraba por Ortega y Gasset que ya  son ganas, digo yo, de discutir. Claro que en la familia éstas nunca han faltado y además creo que se acaba discutiendo más con quienes estás más de acuerdo y por auténticas nimiedades, cuestiones de matiz o de unos grados para acá o para allá, no muchos, de punto de vista.  Sólo cuando no hay nada que decirse, cuando se está muy lejos, no se abre uno al debate siquiera y se hace un silencio mucho más triste y preocupante que una buena discusión por muy acalorada que sea ésta, algo que entre españoles es bastante habitual y entre personas de confianza todavía más.

Más tarde vino "Esta noche la libertad" de Dominique Lapierre y Larry Collins, a mi padre le gustaba mucho, le entretenía. Más lecturas, más. Antes del Acantilado, pero mucho antes, Zweig era un autor muy recomendado en mi familia. Primero eran algunas biografías suyas, y luego dos libros que vuelvo a releer de vez en cuando por eso que la buena literatura y el romanticismo no están reñidos, "24 horas en la vida de una mujer", "Carta de una desconocida".  Por cierto, ambos muy breves, lo que demuestra también que escribir corto y bien es posible, ay. Mi padre y mi tío eran, son -siempre presente mi padre-, dos apasionados de Zweig y nos lo transmitieron.

También Herman Hesse y aquel "El lobo estepario" que se leía tanto o  "Siddartha". Me acuerdo de una compañera de colegio con él a cuestas, María Galera, nos parecía muy moderno lo oriental. Como en todo había modas, algunas vuelven, otras se fueron, y luego queda lo que queda de todo, a veces muy poco. 

Me acuerdo mucho de la polémica de "Tiempo de silencio", nada que ver pero...  ¿lo podíamos o leer o no en Cou? Contaba un aborto, no recuerdo bien si lo llegué a leer, supongo que sí pero después, más mayor. 

Leonard Cohen al fondo, también teníamos otros muchos de más lucecitas, menos intelectuales que Cohen que siempre fue para minorías, por ejemplo Neil Diamond y Juan Salvador Gaviota que arrasaba y nos encantaba, y otras muchas canciones suyas. Abajo una muestra...

martes, 17 de noviembre de 2009

De la muerte a los arrebatos de Haddock (y 2)


Se moría tu abuelo e ibas a ver su cadáver, se velaba en casa a los difuntos, tu madre se ponía luto unos meses. También no hacían más que nacer niños en algunas familias. Era así todo más muerte y más vida, más de muchas cosas importantes pese a que teníamos mucho menos de lo material. Y todo ello estaba más integrado, menos en compartimentos, y a la vez todo más subterráneo también. Mucho se llevaba por dentro y quizás menos por fuera, para mal a veces, para bien otras creo. Quizás  todo esto es un vago recuerdo que yo tengo, una interpretación personal, pudiera ser.


Leer y sumergirnos en otras vidas, a veces con desgracias, humedades y tristezas varias, mientras las nuestras o las de nuestras familias pasaban a nuestro lado discretamente a menudo, era el modo en que aprendíamos a pasar a la edad adulta. Por eso algunos padres y  profesores nos animaban tanto a leer. Era un modo también de hacernos mayores, de madurar sin escondernos, de aprender a dar la cara donde hay que darla primero y antes: por dentro, ante uno mismo. La lectura no sustituía a la vida, era parte fundamental de vivir y aprender a hacerlo de la mano de una comunidad de gente que jamás conoceríamos, todos esos personajes de los libros que leíamos.

En mi familia para equilibrar esa sombra del ciprés tan alargada -junto con el estilo remordimiento castellano de los muebles de casa de mi abuela en Valladolid, algo que marca-, contamos con la inestimable ayuda de Tintín, esos tomos de lomo entelado de Editorial Juventud. Con el rubio reportero y, sobre todo con Haddock, se superaban tristezas producto más de la lectura que vitales. A los 15 años puedes ser incombustible: se sufre pero se remonta mejor, creo. También vencí varias tandas de anginas y gripes que te dejaban ligeramente baja. Mejor que la Bristaciclina era Hergé. 

"Tonneliere de Brest" es una de las chocantes expresiones de Haddock en sus arrebatos. Le llaman a casa preguntando por la carnicería Sanzot, le inventan un affaire con la Castafiore,  antes le tenía ese malvado de Alan metido en el barco preso y alcoholizado. Cuando le cae la fortuna aquella  acoge a todo quisque en Moulinsart:  a Tornasol que está para que lo encierren, a Serafín Latón, bueno pero pelmazo que le quiere vender siempre un seguro, etc. Haddock era un tipo excelente al que había que comprender. Con  él te morías de risa cada vez que decía especie de ballibouzu, beduino y otros adjetivos y epítetos memorables. Me hacía, me hace, muchísima gracia. 

Disfruté con el más mínimo de los personajes de Tintín, sabios o científicos,  marineros y soldados, los indios de todo tipo, esos moros. Son preciosos los dibujos de coches, cohetes, casas, automóviles, uniformes, paisajes, tan cuidado cada pequeño detalle, tan documentado, que da gloria. Los incas, el yeti, el vuelo 747 para Sydney tan inquietante, los cigarros del faraón, esa China del loto azul, las latas de cangrejo que ocultaban droga. Imborrable todo de nuevo. 

A mi Tintín me ha hecho muy feliz y todavía me lo hace. ¿Tristeza? ¿Melancolía? ¿Cansancio? Te coges un Tintín y algo se va. Sale  barato, como pasaba en la juventud y en la infancia. Leer no cura nada serio ,pero te pone a menudo en otras vidas que no son la tuya. Por eso funciona tan bien: sales de ti y a la vez no te escapas de ti, corazón, cabeza y alma al leer, la soledad de frente y al lado siempre. Creo que por eso puede costar a veces leer,  estás solo con el texto, tú y lo que tienes dentro, y el texto con todo  lo que  éste tenga y que cambia a menudo. Lo que lees no dice siempre lo mismo, o quizás no eres tú el mismo. No hay más que tú y el texto, y eso da miedo a veces.

lunes, 16 de noviembre de 2009

De la muerte a los arrebatos de Haddock (1)


Entre las primeras novelas españolas que se leían  en la adolescencia, entre BUP y COU, estaban las de Delibes. Recuerdo "El Camino", "El príncipe destronado", "Cinco horas con Mario", también muchos más después. 

A mí me encanta Delibes,  no recuerdo haber leído nunca nada suyo que no me gustara. Tengo que reconocer sin embargo que me dejó fuera de combate por una temporada "La sombra del ciprés es alargada", un libro muy bueno pero tristísmo, el primero que leí suyo. Se mueren todos, hasta el apuntador, que decíamos en mi casa. Me gusta el sol, la luz y, aunque creo que lo de la trascendencia y la muerte conviene tenerlo presente, reírse un poco en el mientras tanto es muy agradable. Así que aquel ciprés me pareció muy bueno pero me dejó un tanto fastidiada. Es lo que tiene meterse en lo que lees, se pasa bien y se pasa mal, el cine me deja menos huella, no sé por qué.

El mismo año  de "La sombra..." leí  también "Nada", de Carmen Laforet, otra excelente novela pero de una tristeza más húmeda todavía que te rodea hasta tragarte. Haciendo bien cuentas creo que en mi adolescencia avanzada leí varios libros de gente que no hacía más que morirse o que le pasaban muchas desgracias. Luego naturalmente cayó la trilogía de Gironella "Los cipreses creen en Dios", "Un millón de muertos" y "No fue posible la paz", y más tarde Cela con  "La Colmena ", que teníamos que leer en el  bachillerato o en COU, creo recordar, todavía más penas y estrecheces.

Cuando eres joven, todavía adolescente, llegas a leer mucho más en dos momentos clave: en las gripes o anginas y en el verano que es larguísimo. Yo por lo menos leía así, a grandes atracones en dichos periodos. Luego en la universidad era distinto, había más tiempo para todo, salvo que cursaras esas licenciaturas que tenían a algunos amigos casi secuestrados. Días de lectura sin parar en el verano y en esos otros de fiebre mecidos por la lectura en la cama. No importaban unas décimassiempre que fueran las suficientes para no tener que ir al colegio y poder leer en la cama, un gran placer. 

Además de en la literatura tengo la sensación de que antes en la vida se nos morían las personas más cerca. Con la edad lo lógico sería que vivieras la muerte de modo más próximo a los cuarenta y tantos años que en tu infancia o en la adolescencia. Sin embargo mi percepción es distinta. De niña, en los años 60 y  principios de los 70, en algunas familias se hablaba de la muerte con naturalidad, se tenía mucho más presente, leyendo desde luego, pero viviendo también. Muerte-muerte, no la de unos sujetos irreales que matas en la play o mueren electrónicamente, o esos muertos de cine catastrófico o gore, es decir, nuestra muerte, la de nuestros familiares y personas queridas, siempre ahí, con nosotros estaba.

PS: Mientras mis hermanos oían Genésis en esa época, yo era más de Chicago. Y de peores: arrasaban Cocciante y Baglioni entre los  italianos de la época.  Me he autocensurado una barbaridad arriba, me daba reparo. Pero  ¡qué caramba!, fuera la autocensura, que ya hay mucha muerte en esta entrada, a reírse un poco en el mientras tanto.  Con Vdes. "Sábado por la tarde", anda que no se bailó esto poco... en fin. 


sábado, 14 de noviembre de 2009

Miguel queda ciego (Abre bien los ojos, ábrelos)


Recuerdo aquella colección de libros infantiles que tenían el texto a la izquierda y luego en la hoja derecha iban las ilustraciones casi como un comic. Gracias a Jesus Dorda puedo explicar más: en el canto de los volúmenes aparecían las caras de los personajes. Ahí leí Miguel Strogoff del que me enamoré perdidamente. Miguel Strogoff era el correo del zar. Quería mucho a su madre y  le habían encomendado una misión importantísima: llegar a una ciudad, ya no me acuerdo del nombre. El caso es que le atrapaban los tártaros que eran los malos. De la escena siguiente es de la que me acuerdo más.

Tú estabas ahí, en mitad del campamento tártaro, con los periodistas corresponsales, un inglés y un francés me parece, la hoguera, las bailarinas, las gitanas, con todos, mirando al pobre Miguel preso. A saber lo que iban a hacer con él esos bárbaros.

"Abre bien los ojos, ábrelos"... La frase se repetía. Querían que mirara bien sus verdugos, no sabías por qué. Todavía resuena en mi cabeza. "Abre bien los ojos, ábrelos"... Algo terrible iba a ocurrirle, ese empeño en que mirara. Por lo visto era costumbre tártara  pasar una espada al rojo vivo por los ojos del enemigo para dejarle ciego. Miguel, que era muy buen chico, mira por última vez a su madre a punto de estallarle el llanto mientras le pasan el filo ese ardiendo. Huy qué daño, casi llorabas tú de dolor. Y zas, se quedaba ciego. Ciego. ¿Ciego? ¡Ciego! ¡Ciego!

Entonces, como en la película "La princesa prometida",  parabas  la lectura."Un momentito, un momentito, por favor, ejem. Esto no puede ser, seguro que he leído mal, volvamos otra vez hacia atrás..."

Pero sí, ay, Dios, que sí: se había quedado ciego, habías leído perfectamente. Y sufrías una barbaridad por el pobre Miguel. Estabas ya totalmente colada por él, vamos, hasta las trancas. No había remedio posible a esa devoción, sólo seguir adelante, entregada a él, a la lectura. Era una mezcla apasionante entre la ficción del relato y la realidad de tu amor de niña, o al revés, daba igual. 


Había que cumplir la misión aquella, era su deber. Por eso también te quedabas al lado de Miguel palabra tras palabra. Seguías leyendo atrapada en el sillón o con la literna en la cama. Ahí ibas a estar fiel al  texto acompañándole. Bueno, realmente era Nadia quien le acompañaba y guiaba, esa chica rubia con la que se había encontrado y a la que llamaba "hermana" aunque no lo era. Tú no eras rubia ni delicada. Tampoco viajabas con tu padre como Nadia. Además eras menor de edad  y española. Pero daba lo mismo, estabas con él, aunque no te vieran, devorando las páginas, siempre leal. Desde luego no le ibas a fallar a Miguel, eso jamás.

El lector, la lectora especialmente -no sé lo que sentían los chicos al leer aquello-, sorteaba como Nadia al lado de correo del zar mil peligros y aventuras de todo tipo. Pasabas el frío que hiciera falta, lo que fuera. Por Miguel al fin del mundo. Miguel y tú. Tú y Miguel. Avanzabas en la lectura, devorabas las páginas y al final....

¡Miguel no estaba ciego! 

Nos había engañado a todos. Sus lágrimas, al mirar por última vez a su madre en el campamento tártaro,s e habían concentrado dentro de sus ojos y, con el calor  del filo al rojo, se evaporaron  impidiendo  que se quedara ciego.

¿Qué pasa, que es increíble? Que nadie se ría, por favor, a mí no me lo parecía. Milagroso sí, pero Miguel Strogoff se merecía eso y más. A los héroes les pasaban esas cosas: había que ser así, heroico, que es como  le caían a uno hasta milagros. Pero si ponías algo tú de tu parte, había que poner todo lo que podías. Y luego listo, porque los héroes no son sólo valientes, tenían que ser  también inteligentes, astutos.Y Miguel lo era y nos había hecho creer a todos -hasta a la propia Nadia- que se había quedado ciego. Por eso pudo cumplir su misión: engañando hasta a su amada para protegerla a ella también.

Miguel Strogoff...  me lo sabía de memoria de tanto como lo leía ¡y ahora se me ha olvidado hasta la ciudad donde iba!

"Abre bien los ojos, ábrelos". Cegueras y engaños que protegen a uno y a los demás, el valor, el sentido del deber, el frío y las gitanas aquellas, imborrable todo. Los nombres son lo de menos, creo, esos se acaban olvidando, salvo Miguel y Nadia.

"Abre bien los ojos, ábrelos". Y, por eso, cerrarlos, hacer que no ves, que no has visto. A veces es lo mejor, que te crean ciego todos para que algunos se puedan salvar de los tártaros, Nadia y tú también.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Nefer, Nefer, Nefer



"Sinuhé el egipcio" de Mika Waltari era una de las novelas que marcaban el paso a la adolescencia en mi familia. Mi padre me la dio a leer creo que a los 14 años. Aquella Nefer era peversa. Le pregunté a mi padre por si no había caído en la cuenta y se había equivocado "Oye, ¿tú estás seguro que quieres que lea esto? Me parece para mayores". "Es que ya eres mayor", me dijo sonriendo.

Así que seguí con la lectura que me tenía perpleja y Sinuhé totalmente embobado por Nefer. No podía entender qué le pasaba al pobre médico egipcio, ¿no era acaso una buena persona?, ¿por qué hacía esas cosas tan terribles?, ¿cómo se podía ser tan tonto? Nefer le iba dejando con una mano delante y otra atrás, corito,  haciéndole vender al final lo más sagrado que tenía un egicpio, el terreno para la tumba de sus padres.

Pero me enganché totalmente al libro pese a mis dudas iniciales. Y no lo pude dejar, de un tirón luego, sin parar casi en unos días.

"Sinuhé" es otra de las novelas que leo a veces de nuevo. Releer es como volver a algunos  lugares que ya has visitado y que quieres: siempre descubres algo distinto, un matiz, otra sombra a la que no prestaste atención y de la que te quedas prendida. La idea de fondo de ese dios único, Akenaton, el faraón y, sobre todo, esa melancolía que planea en toda la novela, los viajes, las técnicas médicas de la época como la trepanación, todo te tenía pegada a las hojas. Era triste lo que contaba, pero no desesperanzador. 

Algo me recordó a "Sinuhé el egipcio" la novela "Dios ha nacido en el exilio",de Vintila Horia,sobre el exilio de Ovidio en Dacia. También me la recomendó mi padre de joven, aunque no la leí hasta el año pasado cuando me la regalaron, más de treinta años después de la recomendación paterna. 

No siempre hacemos caso a los padres en el momento en que nos dicen algo, cuando nos orientan o nos sugieren con cariño y levedad, otras con cariño y con decisión. Pero aunque no sea en el momento, creo que casi todo queda dentro de nosotros para aflorar de un modo u otro: lo que nos dijeron, lo que no nos llegaron a decir que es casi más importante, lo que respiramos.

El espíritu de un padre, su aire también, queda para siempre en sus hijos de alguna manera.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Vida perra IX) Ya está


Madre de Dios, vaya pesada, hacía meses que no me dejaba escribir. Aquí estoy de nuevo con Vdes. Soy Olimpia, negra, grande, buena, calmada, la perra ideal para alguien que no me merece. Que conste que nadie suele merecer a su perro. Somos un regalo inesperado que venimos a poner en evidencia las muchas limitaciones de nuestros amos.

Un año, muchos cambios, dos mudanzas, la otra perra -la otra- se tuvo que ir con Alejandro, demasiada vitalidad incluso para Aurora que se mete en camisas de once varas. Luego puede salir porque Dios es grande. Ahora Tana está muy bien viviendo en manada, tres perras más y el líder. Soplaba un viento furioso el último día en el Boalo. Caían lágrimas al cerrar la casa, al decir adios. Todo movimiento cuesta siempre a quienes no son nómadas y están hechos para echar raíces. Ahí dejamos al árbol de los pájaros, a la Maliciosa, al silencio, al campo.

Campo, campo, campo, campo.

A mí al final me es igual donde estemos, me adapto rápido. Sigo con mis rutinas: oler mendigos y comer basura en cuanto se descuida, acercarme para que me acaricien, subirme a su cama cada dos por tres. Mientras estemos juntas vamos bien. El miedo es sólo humano.

Confía, boba, has andado mucho en un año. No te das ni cuenta del camino recorrido. Estás fatal acostumbrada a que todo tiene que ser ya, sprinter, más que sprinter. Así caes agotada, mejor ser corredora de fondo. O quizás deberías ser perra como yo, esperar con paciencia a que te dé de comer el amo y no preocuparte por nada. Y luego ponerte alegre si salimos de paseo. Ningún animal se despierta triste, recuerda. Y tú eres un animal, siempre lo dices.

Parece mentira que leas, escribas y vivas con tanta intensidad y no aprendas que todo pasa. Todo pasa. Ya pasó. Ya está pasando. Ya está. Ya.

lunes, 9 de noviembre de 2009

De Flotats a un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo


Me llaman unos amigos para ir al teatro a ver "El encuentro de Descartes con Pascal joven" . Acepto encantada, estoy de mudanza y se agradece un descanso. El Infanta Isabel es un teatro precioso de los que ya quedan pocos situado en la calle Barquillo. Llego pronto y doy una vuelta por Chueca, barrio que dicen ahora gay. Veo una conocida de hace años que trabajaba en un buen anticuario, ha tenido que cambiar de empleo y está ahora en una tienda de ropa. Quedamos en que no podemos dejar de vernos. En tiempos de crisis hay que cuidarse y quererse todavía más.

Es una obra excelente la que vemos. Flotats es un pedazo de actor y Albert Triola también. Nos cuesta un poco seguir el texto, nos encantaría tenerlo escrito. Se nota que es de un francés, Jean Claude Brisville. Es fino, profundo, no es un tópico, aunque desgraciadamente en un primer vistazo podría resumirse de modo simplista: la razón frente a un  fundamentalista y ya está. Pero no es así. Pascal, jansenista, joven, muy enfermo -lo estuvo toda su vida-, dialoga con un Descartes ya mayor que duerme sus 8 horas, confía en la razón y se coloca a cierta distancia. Dios sí, por supuesto, para uno y para el otro, pero sus aproximaciones, no solo de cabeza, sino de corazón,  de afectos, son diferentes. Más allá de algunas discusiones teólogicas de la época, que hoy nos pueden parecer anecdóticas y superfluas, hay algo detrás vital creo ver: modo de pensar y razonar por un lado y, por otro, quizá de sentir las cosas, de necesitar sentirlas posiblemente.  Recuerdo haber oído hablar de jansenismo en mi casa, llego a la de mi madre y busco un par de libros, leo también sobre Pascal. Hay un mar de fondo interesante que todavía pervive. La gracia ¿qué es la Gracia?, la salvación, la redención, el sufrimiento, el rigorismo, la laxitud moral. Dios, Dios, Dios. El mundo también. Todo sigue, todo está de un modo u otro pero de otra manera, todavía está. Bueno, está en algunos sitios, en otros no se plantean estas preguntas, ni dudas, nada. En la nada, en la página en blanco o totalmente arrasada, como también en el todo, no hay cuestiones posibles, me parece.

Cenamos en "Sabor a mi" un mexicano estupendo en la calle Augusto Figueroa. 55 euros en total para tres personas, coronitas y cócteles incluidos, un Tequila Sunrise para mí por eso de documentarse, pero no me gusta, es demasiado dulce y yo prefiero lo salado. Yolanda en cambio se toma una Margarita que está de muerte, la probamos los tres. Me levanto a felicitar, es una costumbre, hasta en cocinas entro en algún restaurante para dar las gracias.  Me cuentan el truco, entre otros es ese escarchar la copa con sal, a veces un poco de azucar moreno, mezclada con chili piquín que no se encuentra en España. Por la cara les pido ayuda para unos textos, son mexicanos. Me dicen que sí, intercambiamos correos, uno escribe comics, siempre hay gente interesante por la vida.

Estoy de nuevo en Madrid, espero que será para bien, que será para mejor.

Veo otra vez una escena de Atraco a las 3 que me hace mucha gracia y me quedo dormida. Otro gran actor, José Luis López Vázquez.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Iba / Las obreras (Salmo: Y yo ¿cuándo puedo fumar?)


Iba contenta porque unos marcadores de alguien se habían quedado ahí, quietos, donde tienen que estar: parados y en su lugar. También porque alguna buena amiga está en buena racha y da mucha alegría que tenga una buena ola.

Iba con Olimpia por la calle dando también vueltas a lo que Perlado me acababa de comentar: ese mundo de colores debajo del mar, miles, distintos, que sólo Dios sabe y ve. Dios, Cousteau y cuatro más. Derroche, puro derroche, desde la Creación, venga a derrochar. La verdad, me encanta derrochar, soy rica de vocación, que no de bolsillo. Lo sé, tengo una cara que me la piso y no es lo mismo. Bien, vale, pero da igual. Si no te importa, Señor, mándame un novio contable. Me vendría genial, las entradas las tengo más controladas, pero de las salidas no quiero ni hablar, ¿en qué se me va el dinero?. En fin, Dios, tú sabrás, porque lo que es yo...

Iba también con la cabeza en las nubes, lo habitual, o también en las musarañas, es igual. Por especificar, a las 22.30 de ese martes pensaba en las manchas de las jirafas, en las plumas de un colibrí, en si los antepasados indios de Josianne cazaban con cerbatana, en el andar de mi perra y hasta en cómo mea. Mi perra mea como los machos, levanta la pierna izquierda trasera al orinar.

Diversidad, siempre diversidad. Gracias por los mil te quieros que podemos llegar a pronunciar, por los ojos distintos de todos los hijos de mis amigos, por los de mis sobrinos.

Dios, eres genial, la diversidad (bio o no bio) me encanta, no puedo dejar de mirar. Si la naturaleza es así, y nosotros todavía lo somos más, ¿cómo serás Tú?

Iba yo... ¿para qué lo vamos a negar?, francamente agobiada también: el segundo plazo del IRPF; la Visa que ha debido de llegar ya; una mudanza de 140 metros cuadrados que hay que meter en menos de la mitad; dejar el campo, el Boalo, a Tana, a Alejandro y algún que otro amigo.

Me está costando, ¿sabes?, y encima se han caído otros dos clientes. Pero en fin, Señor, los lirios, siempre tus lirios. O sea, Tú también sabrás. Ya te haces idea de que, a pesar de todo, el estado atmosférico es de sol casi permanente con puntuales tormentas veraniegas: vienen, pero en diez minutos se van. Algo natural es el optimismo que Tú das si quieres, Señor. Por eso sé que no es trabajo mío, me sale de dentro, nada más.

En fin, Dios, yo confío en mí, pero en Ti todavía muchísimo más. Y, si no te importa, también en mi madre, que sin comer no me tendrá.

Iba mucho más preocupada, pero muchísimo más, dónde va a parar.

De un tiempo a esta parte cada vez que levantas el auricular o coges el móvil escuchas “Me han echado”, “Nos van a echar”, también la palabra fatídica “ERE” o “En 3 meses vamos todos al paro”. Y otras malas noticias, a mi entender las de más agobiar: “Nos estamos separando”, “Me acabo de ir de casa”, “Es que no le aguanto más”.

Dios, te lo pido por favor, mira a ver qué puedes Tú hacer. Ya sé que no es tu negociado, o sí, pero en fin, se pasa fatal con ambas cosas, con la angustia económica y con la vital. Más con la vital, pienso yo. Mira a ver, no te pido nada más, el amor es siempre lo más importante, pero ya lirios y encima con frío y humedad creo yo que no puede ser.

Y más, mucho más. Algunas cabezas femeninas puede pensar en 70 cosas distintas y hasta llegar a rezar algo entre pedir y dar gracias, alabar y contemplar las moscas o la belleza y tal... sin olvidar el simple y llano cabreo o reconvención: "¡no estás haciendo lo que debías! ¡Dios, Tú no acabas de estar en lo que estás!". Hace falta tener un genio vivo o ser mujer, no sé bien, para reñir hasta al mismísimo Dios. Anda que...

Y de repente, coño, zas.

Dimos la vuelta a San Fernando Oli y yo y ahí estaban tus hijos. Para ser exacta, dos hijas tuyas y otro que tal.

Carmen Cubillo, viuda, unos sesenta y tantos años, de la parroquia a casa y vuelta a andar.

Cristina Álvarez Prieto, médico, de mi edad (o sea, joven)

Y Paco, el mendigo nuevo, ese que acaba de llegar.

“Pero y yo ¿cuándo puedo fumar?”

Ahí estaban tus abejas obreras, tus hijas, curando a Paco de una herida, una brecha grande, más bien dos, que se hizo al caer. Como anda bebido, esas tenemos. Al pobre hombre le habían dado además una paliza unos niñatos y las heridas de la caída se añadieron a las que ya tenía: dos aberturas sangrando encima de la ceja izquierda y debajo del ojo, medio rostro inflamado. Fatal, aquello verdaderamente tenía una pinta fatal.

Y no quería ir al hospital.

Y he ahí que tus hijas, tus obreras éstas que están sin sindicar, por eso no están liberadas, Señor, curando a Paco: manta, una almohada, café, caldo, betadine, gasas, una pomada más para que no se infectara, la biblia en verso (con perdón, se me ha escapado, Tú me entenderás).

“Pero y yo ¿cuándo puedo fumar?”

“Cuando terminemos, Paco, podrás. Mañana a las cinco te hacemos la otra cura, tranquilo que aquí estaremos. Y reza para que haya plaza en tal sitio o tal cual, que vamos a hacer los trámites. Y tú, Aurora, sujeta las gasas, y no dejes que tu perra se acerque más”.

Yo sabía que mis vecinas, mejor dicho, las de mi madre, eran así. Pero la gente te sorprende habitualmente para bien, que no para mal.

El mendigo olía mal, porque el pobre Paco se mea encima y no se lava; mi perra, en cuanto ve un mendigo allá que le va, le apasionan, pero no era plan de que le oliera la entrepierna al pobre Paco, bastante ha tenido ya. “Quieta Oli, que ya acabamos”

Llegué a casa y tras llorar a moco tendido me metí en la cama. Dormí como no lo hacía en seis semanas, que era de mal a peor.

Padre, contigo no necesito ni valeriana ni Orfidal. Fue verte ahí, en los tres, y no me hizo falta más. Como un tronco caí. En tus manos, a través de las de otros con suerte o sin ella, siempre estamos: luego ya las cosas vendrán o no vendrán.

PS:
"Pero y yo, ¿me vais a dejar fumar?"
Que alguien le de un cigarro a Paco, por Dios.
Verdaderamente, somos igual.